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Don Enrique de las Morenas

07.12.16 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

Aunque no nació en Cabra, por su estrecha y larga relación con esta ciudad, el capitán don Enrique de las Morenas y Fossi, se incluye en el libro Egabrenses en Indias, cuya reseña traemos hoy a La Opinión de Cabra.

Natural de Chiclana (Cádiz), donde nació el día 23 de mayo de 1855, era hijo del abogado don Enrique de las Morenas y Costadoat, natural de Baena y de doña Cecilia Fossi Migino. Siendo muy niño, su familia se trasladó a Cabra al ser nombrado su padre Juez de Instrucción de la misma.
El joven Enrique se crió y vivió en Cabra durante toda su juventud. Fue alumno destacado del Instituto egabrense y se ausentó de Cabra para comenzar su carrera militar. Con 19 años, el 26 de mayo de 1874, ingresó como cadete en la Academia de Infantería y el día 2 de abril de 1875 recibía el grado de alférez.
Por su intervención destacada en la última guerra carlista, el día 23 de noviembre de 1875 asciende a teniente por méritos de guerra. Tiene solamente veinte años de edad.
Interviene también en las campañas de Cataluña y del Norte, con el Regimiento de La Lealtad. Las crónicas de la época destacan su entereza de carácter y el deseo de intervenir en las comisiones de mayor peligro.
Desde que don Enrique salió de la Academia, sirvió en varios regimientos y solicitó varios permisos para trasladarse a Cabra, por razones familiares y personales.
Uno de estos permisos, solicitado el día 23 de marzo de 1877, se justifica por la necesidad de atender a su madre, que se hallaba gravemente enferma en Cabra. Se le concede una licencia de dos meses, que sería prorrogada por enfermedad reumática del propio militar.
Esta situación le hace permanecer en Cabra hasta el año 1880, en que se reincorpora al servicio activo. Primero en el Batallón del Depósito Militar de Lucena y luego en otros destinos en la Península Española.
El día 18 de junio de 1883, don Enrique de las Morenas se casa en Baena, en la Parroquia de San Bartolomé, con la joven doña Carmen Alcalá y Buelga, manteniendo su residencia a Cabra.
El 4 de diciembre de 1895 asciende al grado de capitán de infantería. Por ese tiempo estaba en la situación de Reserva Activa y residiendo en la ciudad de Baena.
Cuando estalló la insurrección de Filipinas, en agosto de 1896, pidió el reingreso al servicio activo.
En enero de 1897 ya se encontraba en el archipiélago filipino, donde pronto sería nombrado Comandante Político Militar del Distrito del Príncipe, en el Batallón Expedicionario n° 9, con sede en Manila, en la isla de Luzón.
Tras la paz de Biak-na-Bato, aparentemente sofocada la revolución, el gobierno decidió sustituir la dotación de 400 hombres que estaban al mando del Mayor Génova, en Baler, al noroeste de la isla de Luzón, por un pequeño destacamento de cincuenta hombres.
Muy pronto daría comienzo una nueva sublevación en la zona que abarcaba la comandancia militar de Baler.
Baler era, por entonces, un pueblo de unos 2.000 habitantes, situado en la Provincia de Nueva Écija, en la costa Este de la isla de Luzón, en una zona montañosa que dificultaba su comunicación con Manila y con el resto de la provincia. Era la localidad principal del Distrito de Autora. Su acceso principal era por mar.
Baler se encuentra situada a 232 kilómetros, al noreste de Manila.
A pesar de que la distancia entre Baler y Manila no era grande, en aquella época las comunicaciones por tierra eran prácticamente inexistentes, siendo el barco el medio habitual para la recepción de mercancías y noticias.
De las Morenas, con el cargo de Gobernador Civil y Militar del Distrito del Príncipe, embarca en Manila rumbo a Baler, en el vapor "Compañía de Filipinas", el día 7 de febrero 1898, junto al comandante del destacamento, el teniente Juan Alonso Zayas y el teniente Saturnino Martín Cerezo, pertenecientes al Batallón de Cazadores nº 10. Traían víveres para cuatro meses, plazo en el que se esperaba el relevo de la guarnición por otra nueva. Llegan a Baler el día 12.
A principios de abril de 1898, estalla la sublevación tagala nuevamente en la provincia. Poco a poco van cayendo los puestos españoles y Baler queda aislada, sin posibilidad de recibir órdenes o comunicaciones oficiales.
Pero la situación se agravó con la intervención norteamericana en el conflicto filipino.
El día primero de mayo de 1898, una poderosa escuadra norteamericana, al mando de Jorge Dewey, destruyó a la española, que dirigía el almirante Montojo, en aguas de Cavite, en la bahía de Manila. La situación se fue agravando para España, mucho más cuando los norteamericanos trasladaron a Cavite al jefe tagalo Emilio Aguinaldo y a otros caudillos, que estaban exiliados en Hong-Kong.
El 12 de junio de 1898 se proclamó en Cavite la independencia de Filipinas.
Mientras tanto, en Baler, Enrique de las Morenas al frente de su destacamento, ignorando que ya había acabado la guerra y acosado por los tagalos, acopió con su tropa todas las municiones y víveres que pudieron.
Ante las frecuentes escaramuzas de los insurrectos filipinos, los españoles se refugiaron en la iglesia deshabitada del pueblo de Baler, el día 30 de junio, por ser el edificio más sólido y de mejor defensa, para el caso de que se prolongara la situación, lo que finalmente ocurrió.
El 18 de octubre, muere el teniente Juan Alonso Zayas de beriberi, tomando el mando del destacamento Martín Cerezo hasta el final del sitio, en junio de 1899.
La tropa española de Baler resistió valientemente los ataques tagalos y se negó a aceptar las noticias que le llegaban del fin de la guerra y de la independencia filipina.
El asedio se intensifica y pronto se comprueba cómo la escasez de alimentos frescos provocaba, entre otras, la enfermedad del beriberi, entonces mortal, consistente en la inflamación de los nervios periféricos. La base de la alimentación de la tropa era de arroz descascarillado, lo que contribuía a la existencia de la enfermedad.
El día 22 de noviembre de 1898, don Enrique de las Morenas fallece de beriberi y se le entierra en la misma iglesia.
Más adelante, el 10 de diciembre de 1898, se firma en París el tratado por el que España cede a Estados Unidos sus colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, dándose por finalizada la guerra entre ambos países. Con ese Tratado, España vendía a Estados Unidos, por 20 millones de dólares, todo el archipiélago filipino.
Pero pasaban los meses y aquellos heroicos militares seguían ignorando que la guerra había terminado. Según los cronistas, la Reina Regente, doña María Cristina, tuvo noticias de que un buen amigo del capitán de las Morenas era el egabrense don Miguel Olmedo Calvo (en otros documentos se dice Castro), también capitán de infantería y estante en Filipinas. Olmedo había sido compañero de estudios del capitán de las Morenas en Cabra y en la Academia de Infantería.
La Reina, por medio del Capitán General y Gobernador del Archipiélago Fermín Jáudenes y Álvarez, rogó a Olmedo que se trasladase a Baler para convencer a su amigo de que hacía dos meses que habían cesado las hostilidades. El día 14 de enero de 1899, el capitán Olmedo llegó ante la puerta de la iglesia de Baler y pidió ser recibido por el capitán don Enrique de las Morenas.
Al cabo de un rato, el teniente Martín Cerezo le contestó que el capitán no recibía visitas. Se trataba de un pretexto para que no se conociera la muerte del jefe del destacamento, ocurrida casi dos meses antes.
Entonces, Olmedo le hizo entrega de un documento que decía: "Habiéndose firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación citada, se servirá Ud. evacuar la plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de Infantería D. Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud.
muchos años. Manila, 1 de febrero de 1899. Diego de los Ríos".
El general don Diego de los Ríos era la máxima autoridad militar en las islas Filipinas, después del Capitán General don Fermín Jáudenes y Álvarez.
Pero el teniente no creyó la autenticidad del escrito, temiendo una nueva añagaza de los sitiadores.
No obstante, unos meses después, el día primero de junio de 1899, llegó a sus manos un periódico en el que se decía que su amigo y compañero el teniente Francisco Díaz Navarro iba destinado a Málaga, un detalle que solamente él conocía por habérselo dicho en secreto el propio Navarro.
Este dato fue fundamental para aceptar el hecho del final de la guerra y la ejecución de una retirada honrosa de la guarnición de Baler.
Según alguno de los cronistas, el teniente Saturnino Martín Cerezo se había mostrado "tan inexpugnable, tan obstinado y gallardo como su capitán, tan fiel a su bandera, tan ínclito hacia el enemigo, tan dispuesto a morir para preservar la lealtad a su patria..."
Hasta cinco veces rechazó a los emisarios españoles, enviados por los filipinos, para convencerle de que la guerra había finalizado.
Un puñado de militares españoles había resistido durante 337 días el asedio de los insurrectos tagalos desde el reducido espacio de una pequeña iglesia abandonada.
La capitulación fue el día 2 de junio de 1899, fecha en que la guarnición se rindió a las tropas norteamericanas, que les permitieron conservar su armamento y les rindieron honores militares.
El propio Emilio Aguinaldo, jefe de la insurrección y primer Presidente de Filipinas, les recibió, alojó y agasajó hasta que se embarcaron para España. El día 29 de julio de 1899 embarcaron en el vapor "Alicante" camino de España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre, siendo recibidos por las autoridades civiles y militares.
Los llamados "Últimos de Filipinas" eran ya un teniente de Infantería, un teniente médico, dos cabos, un trompeta y 28 soldados.
En septiembre de 1899, don Enrique de las Morenas es ascendido, a título póstumo, al grado de Comandante.
A principios de 1904, acordó el Gobierno Español repatriar los restos de los que murieron tan valientemente en Baler. Salieron de Manila el día 15 de febrero de 1904 en el vapor "Isla de Panay" y llegaron a Barcelona el día 16 de mayo de 1904.
Se desembarcaron al día siguiente, a las 10 de la mañana y fueron enviados a Madrid, un día después, en un tren expreso que salió de Barcelona a las 17,26 horas.
Ya en Madrid, fueron enterrados en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha.
Seguidamente se inició un juicio de méritos para conceder al capitán don Enrique de las Morenas, a título póstumo, la Cruz Laureada de San Fernando, pensionada.
Después de un largo proceso en que se interrogaron, uno por uno, a todos los supervivientes del asedio, se confirmaron los valores heroicos del capitán de las Morenas y se acordó la concesión de la citada Cruz.
A la viuda se le asignó una pensión de 2.500 pesetas anuales, que era la mitad del sueldo anual de dicho militar en activo.
Muy pronto, el Ayuntamiento de Cabra acordó dedicar a don Enrique de las Morenas la calle que hasta entonces se había llamado de Coleta, en homenaje a un vecino de Cabra, llamado Pedro Sánchez Coleta, acomodado labrador local en activo a mediados del siglo XVI.


(Moreno Hurtado, Antonio. Egabrenses en Indias, 2010, pp. 355-359)

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