|
El archivero y bibliotecario cordobés ironizó sobre el particular: "no puedo dedicarme a tareas de mero pasatiempo o entretenimiento, como han sido siempre para mí las de investigación, copia de documentos y publicación de algún que otro articulejo o trabajillo de erudición, que nadie lee, como no sea por casualidad o por equivocación". El periodista villaescusero tuvo que aguardar para ser favorecido y admitir, no sin desdén, que no había hecho diligencia alguna: "habrían sido inútiles todas las gestiones y cuente que el alcalde de allí, [Ángel] Cruz Rueda, es amigo mío más no he querido escribirle". Era 1940.
Para la investigación egabrense se recurrió a la vieja fórmula del escritor de gabinete, es decir, no había traslado del interesado al archivo pero si una red -en ocasiones impuesta- encargada de buscar y notificar datos que, la mayor de las veces, eran parciales o limitados: "de Cabra me escribe un amigo, el director del Instituto, diciéndome que él y un cura erudito egabrense están buscándome documentos". Se trataba del ya nominado Ángel Cruz Rueda y Antonio Peña López, un "enamorado de la historia local" pero también un lince en obtener, para su posterior venta, obras manuscritas e impresas. No es de extrañar que Astrana Marín hiciera referencia a ellos como "los amigos egabrenses están trabajando con mucho fervor" para después manifestar que "los amigos de Cabra son algo perezosos" o "los amigos de Cabra me tienen olvidado". Era 1942.
Mientras el estado del archivo municipal egabrense ya había sido denunciado por el archivero y bibliotecario cordobés -"no tiene inventario, ni ordenación alguna, no es más que una infame montaña de protocolos y papeles sueltos, almacenados en un desván de las casas consistoriales"- pero nada pudo conseguir: "acaso no seamos dignos de recoger la herencia de nuestros antepasados, acaso ya nos pese tanta grandeza, acaso ..., pero dejémoslo".
Ahora el alcalde y director del Instituto-Colegio, tuvo que reconocer que, "por haberse arrojado aguas e inmundicias por un agujero abierto en el piso superior, se halla en tan deplorables condiciones que hasta se han podrido los primeros legajos en número considerable corriendo los demás el mismo peligro" propiciando así una política de traslados a otros edificios cuya conservación era igual o más que lamentables.
Cuatro años más tarde, la investigación egabrense seguía siendo infructuosa: "mucho sentiría que el pobre Rodrigo asomara las narices por otro pueblo que no fuera Cabra, pues me obligaría a romper un capítulo (que no me salió mal) sobre la estancia del mozalbete Miguel ahí". El ayuntamiento en cambio, no queriendo perder la oportunidad de participar en el centenario cervantino de 1947, propuso la creación de "un premio de mil pesetas para el investigador que consiga la confirmación de esa creencia del Sr. Astrana de que en nuestro archivo debe hallarse la partida de defunción [testamento] de Rodrigo de Cervantes".
Ignoro qué pasó no así la publicación de la monumental biografía que culminaría el mito sobre la persona -"Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra: con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época" (1948-1958)- donde "no se me quejarán los egabrenses del afecto con que trato a la hermosa ciudad" como así fue.
|
|
|
|
|
|