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Felicidad
29.04.14 - Escrito por: Rafa Linero
Aunque tiene muchos nombres, la tristeza que padecen los mendigos y la que asola a los reyes, la que sólo nos visita fugazmente y la que se instala en nuestras vidas para quedarse es la misma.
Sin embargo, la felicidad es más heterogénea ya que existen varios tipos diferentes. A mí, que no la he frecuentado demasiado, sólo se me vienen a la cabeza dos. Si fueran hermanas, una sería la mayor, seria y responsable y la otra, la pequeña y juguetona. La primera es grande como un planeta e intenta arrancarte del suelo con ademanes de huracán. La segunda es menuda como un satélite olvidado y no tiene fuerza para llevarte por los aires, pero sí para hacerte mover los pies como si bailaras.
Con la primera tienes una especie de compromiso, pero también promete más de lo que puede dar. Viene cargada de motivos y de razones, que no son sino señores serios y bigotudos. Hace promesas de gigante, pero los gigantes nunca son tan grandes como tú los habías imaginado. Siempre te queda la sensación de que esa felicidad que te ha tocado no termina de encajar contigo, como si fuera la de otro.
La segunda se presenta inesperadamente, nadie ha ido a recogerla a la estación y llama a tu casa a la hora de la siesta, despeinada y jadeante. No te promete nada y, aparentemente, tampoco te da nada pero no puedes dejar de sonreír. Y esas sonrisas solteras, que no están casadas con ningún señor serio y bigotudo a veces se te notan en la cara y a veces no, pero nunca te hacen daño en las mejillas.
Finalmente las dos terminan siempre por irse. La marcha de la primera es definitiva y, aunque hubo un poco de fingimiento, su partida te deja vacío. Puede marcharse por su propio desgaste o porque la melancolía viene a sustituirla. La segunda te abandona tal como vino, sin avisar y sin motivo. Pero nunca estarás seguro del todo de que se haya ido, puede estar escondida debajo de la cama, en un armario, en una cómoda y saltar a tu paso, sorprendiéndote.
Sin embargo, hay días que no ves a ninguna de las dos. Y, aunque te dices que quieres casarte con la hermana mayor, en realidad sueñas con darte un revolcón con la pequeña.
Pero cuando la tristeza, esa hija única de la muerte, decide quedarse con todo lo que te pertenece, maldecirás haberte puesto melindroso a la hora de escoger a cualquiera de las hermanas y el tiempo que pasaste con ellas se te antojará tan falso como un sueño al despertar.
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