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Día de Ánimas
30.10.10 - Escrito por: José Manuel Jiménez Migueles
Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.
Miguel Delibes
Día de Ánimas. Así lo celebra mi hermandad, la del Huerto, que siempre, en sus vísperas, ofrece una oración a quien quiera recogerla. Y es que al pie de una tumba, o bajo la sombra de un árbol, o sobre el vaivén de un beso de mar, o ante las plantas de una ermita siempre habrá quien, un día como hoy, doble su rodilla e incline su conciencia para mostrar el respeto y el fervor que se debe ante los forjadores de nuestra historia y los responsables de nuestro presente. Día de Ánimas en el que se honra la memoria de quien se fue y de quien dejó, día de Ánimas en que la moral obliga a los vivos a hacer una pequeña parada en el frenesí diario para ver en el horizonte el reflejo de quien vivió.
Y el homenaje, sincero y callado, es fundamental. Y aunque muchas veces intentemos resumir la vida en epitafios, es mucho mejor evocarla desde el silencio y el respeto. Porque sólo así serán inmortales en nuestro recuerdo. Hoy toca sentir cuán alargada es la sombra del ciprés en estas calendas de transición entre el calor y el frio sin la presencia de Miguel Delibes (Aquí yace Rafael, (de Urbino, el célebre Pintor) por el que en vida temió ser vencida la naturaleza, y al morir él, temió morir ella". Lo escribió Pietro Membo en su Panteón en Roma).
Hoy toca alzar una sonrisa en forma de puño por quien fue capaz de transformar las mentalidades al abrigo de un simple jersey rojo (Aquí yace media España, murió de la otra media” Larra). O de Antonio Muñoz, quien fuera jefe de redacción en el ABC de Córdoba, y que tanta relación profesional tuvo con muchos de los que hoy formamos esta Opinión de Cabra (“He representado bien mi papel. Despedidme pues de la escena, amigos, con vuestros aplausos". Augusto). O, simplemente, pero mucho más importante, de recordar las caricias de un abuelo, los consejos de un amigo o incluso la mirada de quien esperaba que la puerta se abriera para recordar, con sus ladridos, quien estaba siempre ahí. (“Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios." Lord Byron, a su perro)
El mismo Séneca lo afirmaba, “es más digno que los hombres aprendan a morir que a matar". Y mucho mejor que aprendamos a recordar que a olvidar. A homenajear que a desdeñar. A dar testimonio que a rechazar los legados. Porque desde siempre, nuestra sociedad se construyó al calor de nuestro pasado y nuestra vida, cómo no, al calor de nuestros recuerdos.
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