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La cultura del silencio
09.04.10 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
En más de una ocasión se habrán preguntado qué nos mueve a más de un cofrade egabrense a visitar otros pueblos y ciudades de Andalucía durante la Semana Santa. Inquietud intelectual, apertura de miras, nuevas formas, tradiciones diferentes, recreación en la excelencia, seriedad y simbología… Y por qué no: el silencio también. ¿Dónde especialmente? En Sevilla, sin ir más lejos, ese vocablo alergógeno para más de un cofrade egabrense endogámico.
Sí. Allí muchos encontramos el verdadero silencio: el pulcro, el puro, el más silente, el más oscuro, el más completo. No se oye nada, sólo los vencejos y demás pájaros que se hacen ver por las calles y plazas anunciando la primavera. En las hermandades de bulla no tanto, porque tienen que aparecer los ciriales para que se pueda escuchar el silencio, pero en las hermandades de riguroso luto no hay nada que turbe. Lo cierto es que cuando hay que guardarlo, se guarda y mucho. Tanto que hasta puedes sentir el alma de la ciudad y la respiración de sus calles. La ciudad es, toda, Semana Santa, mientras que aquí no. Lo es una parte, la otra se preocupa más durante estos días en obstaculizarla, en impedirla, que en dejarla tranquila.
Silencio. Aquí en Cabra es difícil encontrarlo en su totalidad. Las cofradías de La Sangre, Expiración y Silencio llevan muchos años intentándolo. Lo logran cuando a la vuelta nadie les observa y la noche para el tiempo, no existen las horas. Pero en sus salidas se presenta la Cabra bochornosa, la otra cara. La compostura de los que ven pasar el Silencio por la Carrera Oficial a la altura del palco de toma de horas, o por la esquina de la calle Álamos, es de vergüenza, impropia de una Semana Santa como la nuestra. Pero esto no es nuevo y viene sucediendo desde hace años, tanto que enterró el tradicional pasacalles del Viernes Santo.
Este año, el Viernes Santo la hermandad del Descendimiento le ha pasado examen a Cabra. Era la primera vez que una cofradía de riguroso luto salía en procesión con la luz del día. Para muchos una novedad demasiado incómoda, pero para los que conocemos la Semana Santa en su globalidad es un acierto, porque la intención y estética de una hermandad no puede estar condicionada a un horario determinado.
El paso de la hermandad por la esquina del Círculo de la Amistad fue lamentable por la actitud que tomaron los que allí se agolparon. El jolgorio montado durante buena parte del tiempo de paso, no es propio de personas que usan un lugar con tanta solera y cultura, ni hace justicia a tantos y tantos socios ejemplares de este icono social egabrense. Cierto es que en esa encrucijada de calles se encuentran personas de distintos pareceres y gustos y de otros establecimientos, pero conviene recordar que hace ya muchísimos años algunas cofradías llegaron a plantearse seriamente si pasar por esta esquina, con el objeto de evitarse momentos desagradables (véase el caso de la hermandad del Huerto en los años setenta)
Cofrades de acera, y no tanto de cera, se aglutinan en estos puntos negros. Cofrades de papel couché y no tanto de papeleta de sitio. Cofrades de pasarela y no tanto de cortejo. Cofrades que lo único que les queda de cofrades es el nombre, un número de hermano o un recibo de cuota, y que hoy día no alcanzan ni a identificar la túnica de una hermandad. La cultura no lo dan cuatro paredes, ni el ADN, ni la cartera, ni el carácter honorable de algún familiar, sino la persona en sí. La cultura no nace, sino que se hace.
La historia, pues, vuelve a repetirse. Un lugar como el Círculo de la Amistad no merece que en sus inmediaciones se forme el escándalo que se forma. Es como si el tiempo por allí no hubiera pasado, pues algunas situaciones nos llevan a aseverarlo. Seguro que si preguntáramos en el núcleo de todo ese pijerío de fachada, y poca clase interior, recibiríamos alguna que otra sorpresa.
A lo mejor alguno todavía no sabe que la hermandad del Huerto pasó del desdén que le brindaban los escépticos caciques cofrades, a situarse entre una de las hermandades más serias (que no tristes) en la calle; que en Cabra nació una hermandad de estudiantes, la del Buen Fin, que a día de hoy pone en la calle un cortejo tan nutrido y ordenado que hace sonrojar a más de una hermandad señera que se cree que los réditos son perennes; o que el Descendimiento ya pasó por delante de sus narices, dando lección de hermandad, puesta en escena y contenido litúrgico, frente a la vacuidad de otras cofradías que presumen de arrugas. Y es que tenemos que actualizarnos, resetear las CPU de algún que otro dinosaurio y revisar los vulgos.
Por eso Cabra debería constituir una cátedra del silencio para los cofrades y el resto del pueblo que participa de la Semana Santa. Una cátedra no para presumir de un logro, sino para mirarse por dentro, aprender y rectificar en los errores; para enseñar. Debemos intentarlo y si por algún casual no se pudiera mejorar, no tendríamos más remedio que reconocer, como muchos dicen, que no somos más que una Semana Santa de pueblo. Trabajemos por no darles la razón.
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