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Reflexión personalísima y pesimista de la Semana Santa de Cabra
04.04.10 A MI JUSTA MANERA - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
Ni la forma es el fondo, ni el fondo es la forma. Pero ambas se están perdiendo. Un año más, la Semana Santa de Cabra culmina un círculo que cada vez más los propios cofrades ovalamos con mayor intensidad para que, por nuestros cofrades cojones, nunca podamos enmarcarlo dentro de la necesaria cuadratura de las cosas perfectas, o al menos, bien hechas. Nuestra semana Mayor hace ya varios años que emprendió un camino del que no sabe salir o, peor aún, no quiere salir. Fue cuando los cofrades del VHS, los de las cintas rojas y azules de El Correo de Andalucía, impregnaron sus retinas de las magnánimas formas de la Semana de Pasión sevillana. Y pretendieron, lográndolo, exportar la forma sin atender al fondo. Y pretendieron, lográndolo, imitar la forma con cuatro duros y quince pesetas. Y pretendieron, lográndolo de nuevo, olvidar nuestras formas y nuestras normas. De la quema, ya lo saben, se salvan muy pocas cofradías.
¿Dónde reside el problema? Quizás en nuestras carencias. La sobreabundancia de hermandades y el frikismo cofrade se ha instalado en nuestra ciudad de tal forma que hoy día cualquiera puede ser el hermano mayor de una cofradía. Y falta formación. Intelectualidad. Sensibilidad. Conocimiento. Estética. Complejidad. Faltan todos aquellos caracteres que harían de esta fiesta, de esta celebración, lo que debiera ser: metáfora, simbología, misticismo, belleza formal, artística y teológica. Un summun revolotum que es lo que a nosotros nos embriaga de la sevillana. Porque sólo eso provoca melancolía, nostalgia, recuerdo, cariño, pasión. Uno recuerda las vísperas, el anhelo de los días previos, la mágica sensación del pregón y, salvo en casos puntuales, se queda con la sensación de que es más rica, íntima y personal la vivencia imaginada que la vivencia vivida, si se me permite la reiteración.
Lo hemos podido comprobar este año: el incremento notable del patrimonio cofradiero es directamente proporcional al abandono que muchas cofradías están sintiendo en sus nónimas de hermanos, en sus filas de nazarenos, en la concepción intelectual y mística de lo que es el cortejo de una hermandad. Un descenso de vivencias personales que deberíamos de tener muy en cuenta, pues al fin y al cabo, la maravillosa suma de sensaciones que es esta fiesta depende, exclusivamente, de la colaboración, el trabajo y, sobre todo, el entusiasmo y la entrega decidida de las personas que conformamos el, para mí, cada vez más reducido número de cofrades egabrenses.
Acato como muy personal esta concepción pesimista que, paradójicamente, no deja de ser la de un cofrade que sólo ha estado aquí tres días de los ocho que conforman nuestra Semana Santa, pero no dejo de pensar en cómo nuestras formas avanzan estéticamente en la mayoría de las cofradías y, sin embargo, es cada vez más pequeña la significación que la propias cofradías dan al devenir diario de su existencia. Semanas Santas como las de Lucena o Puente Genil, a años luz de la belleza y la categoría de la nuestra, son mucho más sentidas por todo lo que significan, representan y comunican. Y eso es lo que garantiza su pervivencia, más allá del bordado, de la talla, de la música o de la madre que me parió. Y mientras nos burlamos de sus formas, no percibimos que aquí dejan de salir hermandades por unos, varios o muchos errores.
En fin. Para opinión del que escribe, se degrada la forma. Artistas modistos sustituyen a modestos artistas. Cada vez es más importante el número de cambios que los costaleros realizan al son de marchas estridentes, cada vez es más trascendental llenar la calle de plóteres horribles que convierten a Cabra por unos días no ya en la Jerusalén que se pretende rememorar con esta celebración, sino en el panteón del buen gusto y del sentido común. Y ahí reside el problema: nos abandonamos a la forma, olvidamos el fondo y, además, no trabajamos bien la forma que tanto nos preocupa. Por falta de conocimiento. Por falta de dinero. Por falta de arraigo cofrade, que, desgraciadamente, es lo que provoca la vacuidad de las cosas intrascendentes, ese vacío que hace que un servidor cierre los ojos y recuerde, amén de las enormes vivencias experimentadas en mis hermandades, la soberbia del Gran Poder en besamanos, el paso de la Virgen del Valle a los sones de Margot o la categoría de la Buena Muerte Universitaria.
Ya digo, reflexión personalísima. Sin ánimo de ser dogma. Sin intención de sentar cátedra. Pero con el imperioso entusiasmo de provocar debate. Tan necesario para nuestra Semana Santa.
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