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LOS GAJORROS DE MI ABUELA
25.03.10 - Escrito por: María de la Sierra Ruiz Guzmán
Cierro los ojos. Vuelvo atrás en el tiempo… Creo que tengo unos 8 años y estoy en la cocina de mi abuela. Ya hemos sacado de la despensa las cañas que hace un año fueron cuidadosamente guardadas en unos paquetes de azúcar ya vacíos. Los huevos, el azúcar, la canela y los limones recién cogidos del árbol del patio. Todo está en la encimera listo para ser usado.
Mi madre y a mi abuela se abrochan sus delantales y colocan un gran barreño de barro encima de una silla en el centro de la cocina. Preparamos la masa y me dan un batidor en forma de muelle que me pesa una barbaridad y que apenas puedo mover, pero aun estoy aprendiendo… A ver este año si no se nos va la cuenta de cascarones de azúcar o aceite que llevamos, aunque siempre me resulta divertido decir números al azar hasta que consigo que se despisten. Tapamos la masa y la llevamos corriendo al salón, donde mi abuela y yo nos sentamos a amasar más aun la bola mientras que mi madre prepara el aceite en la cocina.
Después de algunos intentos, consigo que no queden ni muy largos ni muy cortos, ni muy finos ni muy gordos… La primera tanda está friéndose en la cocina. Un olor a gajorros sale de "en cá" Pepa López e inunda la calle Álamos. Se están abriendo algunas anillas y mi madre entra desesperada al salón con las lágrimas saltadas como si se tratara de la peor de las catástrofes. Procuramos apretarlos más y echarles un toque de harina al enrollarlos y la cosa mejora. Rellenamos bandeja tras bandeja, mi abuela se asoma un momento por la ventana y le regaña al buen señor que acaba de aparcarle el coche en la puerta. ¿No se da cuenta de que así ella no ve el panorama local? Seguimos enrollando, esto ya cansada y ni siquiera puedo probar uno porque están aun muy calientes.
Alguien se acerca a la ventana y se agacha para echar un vistazo:
-¡Pepa! ¿Ya estás liá’? Ha sido dar la vuelta a Los Caminos y me ha llegado el olorcito. ¿Esa que es tu nieta? ¡María, qué grande está!
-¡Aquí la tengo pà’ que vaya aprendiendo!
Mi madre es un ir y venir constante de bandejas y lo único que yo percibo de los gajorros es el humo y si acaso un pellizquito que le pego a la masa. Se para un momento a adelantar algo más de trabajo pero en seguida se va otra vez.
Y pasado un buen rato, ¡por fin terminamos! Yo no sé la barbaridad de gajorros y pestiños que este año hemos hecho, pero creo que nos van a durar bastante.
Cuando por fin se enfrían un poquito consigo que mi madre me dé uno de los más grandes, lo sujeto metiéndolo en un dedo y sentada en el escalón del patio lo devoro anilla a anilla.
Abro los ojos y muchas cosas han cambiado. Lo que era barreño ahora es un cuenco bastante más pequeño. El batidor de muelle ahora es una batidora eléctrica que vela por el bienestar de mis muñecas. Los limones del supermercado en vez de 1 centímetro de cáscara tienen 2 milímetros. Pero lo esencial sigue igual: mi madre se sigue poniendo histérica si los pestiños se agrietan o los gajorros se abren, yo sigo pellizcando la masa cruda muy a su pesar, ella sigue friendo y yo enrollando, nos ponemos al día de todo cuanto concierne al pueblo, me sigue regañando si me los intento comer calientes y la abuela desde arriba seguro que está disfrutando:
-Pepa, este año me parece a mí que han echado un cascarón más de azúcar, ¿no?
-Deja Lola, deja, que por lo menos han salido bien y la niña no se me ha puesto a llorar.
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