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De cuando en cuando
25.03.10 - Escrito por: Eduardo Luna
Suscitan los entresijos de la vida, mientras cruje el alma en cada velada sin noche y noche sin vela, para alumbrar el destierro de la tristeza y ahondar en la custodia infinita de un firmamento de colores que darán la venia al reencuentro con el olor del parto con el que nacemos los cofrades egabrenses.
Cada atardecida de mañana nace un Dios de caramelo y azúcar de caña que sólo refleja un presagio de nostalgias que te sumergen en el agua bendita que emana de los manantiales de la estremecedora escena de una traición de semblanzas primaverales de espaldas a la gloria entre olivos dialogantes.
No morirá ningún egabrense sin recordar su nombre y su imagen pétrea sobre un gólgota que olvidó sin remisión sus siglos, mientras Él muere en cada lágrima virginal que se mezcla en perlas de oración. Ondearán banderas blancas en las esquinas de sus espinas de nube, que quieren ser más que una muestra de resignación divina. Por estas alturas, los cielos dictarán desde su posición celestial la orden que sugiera clemencia para una torre más divina que humana y soberana, que nos vigila desde la espadaña que tiene por nombre el de un Santo que celebramos cada semana, sin ser grande ni apasionada.
El temblar de tus labios y el frío espejo de la duda romperán el velo de su muerte que es nuestra muerte por las tinieblas de Cabra que ya anuncian la grandeza de los días. Sin creértelo estarás embriagado de olores, encantos, rincones y más olores, esos que nos devuelven lo que siempre nos ha pertenecido por ser herencia de aquello que nos caracteriza a los cabreños. Borrarás de tu rostro la sonrisa y en silencio, casi sin quererlo lo verás naufragar sólo con la cera por el asfalto coloreado de niñez y valentía.
Si quieres esperar, espera con Él en una roca fría como el acero que se convierte en plata para custodiar una estampa que te robará el alma en cada espacio de alma que te quede. La verás acercarse a tu corazón de piedra y dejarás volar el encanto de un cielo azul de Cabra que huele a sierra y a mar al mismo tiempo, porque esa es la magia de esta ciudad que nos ha dado la vida.
Sin buscar soluciones ni argumentos, un Dios blanco habrá atravesado el umbral de una muerte reposada en adoquines agustinos. Querrás dormir un sueño de tiempo y compás, pero la verás en la lejanía de su templo de flor y vientos que corren para arropar a los que sólo creen en el hoy y dejan a un lado de su escaparate vital el mañana ilustrado en bordados imposibles de candor y campanas.
De cuando en cuando, deseo quererte y lo hago, porque no hay más amor que no amarte por amarte más de lo que puedo. De cuando en cuando, la luz entra por las rendijas de la espera de los egabrenses. De cuando en cuando nacerá un egabrense cobijado entre pétalos blancos de esperanza. Nadie olvidará como se representa al Amor en pocos días, porque todos habrán querido ser por unos instantes fugaces, Semana Santa de Cabra.
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