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El paraguas verde

09.02.10 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna

Hasta la sangre había cambiado su color rojo intenso por un verde de contrastes que hacían de su visión un espectáculo multicolorista y depravado. Adam Sullivan quería ejecutar su plan y para ello tenía que erigirse como la solución a aquel acoso y derribo del espantapájaros por las eternas calles de la ciudad. Mientras sus secuaces torturaban a uno de mis compañeros, el reportero nocturno Richard Oneil, a mi me envolvían el cuello con unas manos corruptas y sucias, siempre desdichadas por incurrir en delitos de revolución chantajista y canalla.

Adam Sullivan, con aquella mirada despiadada y un estrabismo voraz y desconcertante no dejaba de hacernos preguntas sobre el misterioso personaje. Las pintadas por los edificios emblemáticos continuaban incesantes, igual que el descanso de amor de una pareja que no se conoce pero se descubre con besos y promesas. La sociedad está consumida y los que la rigen sólo se alimentan de los nidos de sus víctimas. Esta era otra de las frases enigmáticas y complacientes a la vez que orgásmicas que aquel personaje dejaba firmadas en las paredes de la ciudad de la plata. Sullivan me escupió en varias ocasiones para hacerme hablar pero no consiguió su propósito, en primer lugar porque no tenía información y en segundo lugar porque la situación me levantaba de la monotonía y del presagio diario. A Oneil le había roto la nariz, a mi estaban a punto de estrangularme la palabra y el verso. Dónde está? Maldita sea, decidme dónde está o caerán con vosotros todos los siervos de la oposición a este gobierno, esos que yo censuro mientras alguien limpia sus culpas en la suela de mis zapatos. Las amenazas eran continúas en el Callejón de la Calavera, así se llamaba aquel antro al aire libre dónde nos encontrábamos. Al escuchar los gritos de ayuda, una leve sombra se desplaza cuán gato negro desconfiado por los tejados bajos del lugar. La luna sólo le sonreía a los muertos y las nubes sólo bailaban alrededor de sus sombras. Una silueta esbelta y desconocida, apareció silbando una inquietante melodía y sosteniendo en una mano un paraguas que le servía de sustento. No me querías, aquí me tienes. No me tienes, pues destrózame con tu intransigencia. No me buscas, paladéame si tu gusto lo permite. Si me quieres entre rejas, porque no me matas o me cuelgas de tu cuello como un trofeo. Si no sabes quién soy, dispara Sullivan, dispara. La voz se hacía cada vez más cercana, sin duda era la silueta de un hombre vestido de espantapájaros. Una visión renacentista en medio del caos. Un loco que se dedicaba a incordiar para hacer pensar a los ciudadanos que hay vida más allá de las imposiciones de algunos políticos abruptos y tenebrosos. Algunos de esos políticos que no saben ni hacerse el amor ellos mismos por el rencor que los corroe.
El espantapájaros bajo por la tubería del agua hasta nosotros. Los esbirros de Sullivan y él mismo no daban crédito a lo que estaban viendo. Nos dejaron de lado y aprovechamos para alejarnos de la escena sin evadirnos demasiado. Cuatro hienas hambrientas contra un solo objetivo, que además sólo se sujetaba con la punta de su paraguas verde. Sullivan ordenó detenerlo y él los roció de pintura verde a los cuatro con un dispositivo que llevaba instalado en el paraguas. El disfraz era realista y tenebroso. Todo vestido de negro y sin rostro. Sólo su voz imponía autoridad y carisma de líder desconcertante. En los últimos días cientos de seguidores habían comenzado a copiar sus frases y a introducirlas en las redes sociales a través de Internet, además de repartirlas por toda la ciudad como si fueran juguetes de cumpleaños. El espantapájaros le estaba ganando su partida al despiadado de Sullivan que por supuesto, todo el daño infringido sobre nosotros no iba a quedar ahí. Sullivan no entendía aquel suceso y de repente pidió piedad y clemencia, algo extraño en este tipo de individuos con una personalidad esquizofrénica y desafiante. El espantapájaros quería rendirse y se puso de rodillas ante nuestra mirada atónita y la de todos los presentes. Mátame gusano, mátame y cien mil veces resucitaré para colorear la ciudad de verdades y libertad. Quítame la máscara y verás en mí el peso de tu inquisitorial imperio al lado de esa víbora pasiva de Greta Brown. Ni Oneil ni yo dábamos crédito a lo que estábamos viendo. Sullivan estaba a punto de quitarle la máscara y en ese momento las luces de un coche de la policía estatal deslumbraba la escena. Inmediatamente Sullivan, que no gozaba de buenas relaciones con la policía, ni eran su paraíso soñado, retiro su mano de la máscara del espantapájaros. En eso momento desapareció de manera repentina y sólo dejó un rastro de nubes a su alrededor. La policía invitó a Sullivan a pasar a su despacho de rejas en el coche. Nosotros fuimos interrogados y manifestamos todo lo que nos había ocurrido. Sólo el pavimento fue testigo de la verdad. El espantapájaros misterioso con su paraguas verde, dejó escrito en el suelo lo siguiente.-Arderán los justos en las garras de los poderosos y nacerá la libertad en los corazones de los valientes. Así sentenció y así quedó patente y escrito aquella noche. La mano derecha e izquierda de Greta Brown entre rejas y cuestionado, una historia que contar, un final inenarrable de momento y un caos social y revolucionario que hacía presagiar la victoria sobre la corrupta política de Brown. Alguien da más? No cierres tus ojos, la noche duerme en tus párpados.




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