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Espantapájaros de Nubes
06.01.10 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Eran minuciosas las ilustraciones de un extraño personaje que intentaba conquistarnos a todos con mensajes en las paredes de los principales edificios de la ciudad. La filosofía de aquel tipo helaba a la religión más ardiente y publicana. Jugaba con la noche y desafiaba al día, al hielo, a la lluvia y al cualquier objetivo fotográfico que quisiera captarlo en el sueño de su mensaje simbolizado en el misterio.
Las investigaciones no fueron muy precisas por parte de la policía y Adam Sullivan, el abominable hombre de las nieves que apagaba e incendiaba todos los fuegos de Greta Brown. Sullivan es un tipo que por dónde pasaba pintaba de negro los atardeceres y convertía a los ángeles en demonios con un mirada que cada uno interpretaba a su manera gracias al estrabismo de su ojos maquiavélicos.
Las pintadas hablaban de la honradez disfrazada de muchos seres humanos, de la hipocresía creciente en los vario pintos planos de la sociedad o en el desamor asistido a base de drogas que se acrecentaba en las lagunas de las noches más perversas de la ciudad. Este misterioso personaje actuaba como señal de palabras, criterios de caminos extrapolados, señales de nubes grises que lo hacían estar y no estar en la escena del momento artístico del día. En algunos casos eran tan geniales esos mensajes que sirvieron de inspiración para algunas editoriales del Good Morning News.
Pasaban las noches y Epopeya cada vez se me hacía más lejos. El insomnio cubría de color negro el auxilio de mis ojos destrozados como si a una guerra hubieses o hubieran ido a diario. Los románticos llamaban a la noche eternidad, yo la llamaba condena de amores imaginarios. Nuestro protagonista de hoy la escribió como la identidad de quienes la buscan a horcajadas. Necesitaba casi sin ningún tipo de resistencia una copa, los chicos en Epopeya guardaban a buen recaudo una botella de whisky añejo para saciar las penas que nos inundan el alma. Pasé unas horas en el silencio ruidoso de sus paredes y volví a inspirarme con las melodías armónicas y precisas de Cutty. Horas más tarde, antes de que el negro placer de un café me sirviera de alivio de sueño, alguien había dado un aviso en la redacción y en la puerta de mi apartamento apareció una falsa alarma. Todo indicaba que el misterioso personaje de las pintadas catedralicias era un rico de los de antaño de la ciudad que había perdido la razón y se dedicaba a vengarse de sus enemigos de una manera peculiar.
Pero eran más la hipótesis, un pobre vagabundo financiado por la policía, un delincuente común con atributos artísticos que Sullivan contrataba de vez en cuando para ocultar sus vicios secretos masculinos, chantaje en una palabra o se rumoreaba también de la oposición política de la ciudad que había descubierto un filón publicitario gratuito. Los mensajes cada vez eran más certeros, iban más directos y se dirigían a sólo unas personas. Entre los chicos de Epopeya se encontraba un último fichaje, es mudo pero hablaba con dibujos y gestos. Cutty me avisó de que este hombre sabía del paradero de nuestro protagonista. Dibujó en unos papeles viejos y sucios la figura de un espantapájaros que coloreaba un edificio con una luna llena de fondo. Un espantapájaros? Fue la primera pregunta que me hice. Hice guardia en la ciudad durante toda la madrugada. Quedaban muy pocos edificios que pintar y sentenciar. Al pasar a eso de las 4 de la madrugada por el Palacio de la Justicia, apagué las luces del coche y a lo lejos en la oscuridad más sucia vi una silueta que se movía muy rápido. Desde el coche aprecié una figura mal vestida, con una mascará de saco, un traje lleno de parches de colores y una extraña aura de color gris.
¿Un espantapájaros? Cierto, llamé su atención y no huyó, sólo me indicó que leyera y desapareció. En la justicia y la política está la sangre de los inocentes. Así de sincero se manifestó aquella noche. No descarto tener un encuentro con este personaje. Un espantapájaros de nubes y un verdugo para muchos de la palabra.
Todos estaban nerviosos, muy nerviosos, el maquiavélico Sullivan ya tenía su plan, pero esta vez los cuervos habían llegado antes a su nido de odio.
Esta vida es indescriptible, psicologicamente brutal, romántica.
La noche nunca acaba…
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