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Navidad de cada día
14.12.09 - Escrito por: Jesús Gómez Medina
Se acerca la Navidad. Como si se tratase de un temporal mecido por los vientos del marketing y la tradición va haciendo poco a poco su aparición -de nuevo y cíclicamente- en nuestras vidas. Como parte de esa rutina predecible que marca nuestro reloj vital, nuestro comportamiento social compartido, heredado y gustosamente reiterado. Como parte de ese ritual que nos va indicando en cada estación qué va tocando hacer y que aprendemos desde pequeños como parte de nuestro rito socializador. Como ladrillos vivenciales que van entretejiendo la estructura de nuestra persona, sostenida en el andamiaje ausubeliano del modelo de crianza en que cada cual tuviera la suerte de beber y desde la perspectiva que los hados le otorgaran por herencia y medio.
Tradiciones y hábitos que empapaban nuestro aprendizaje incluso desde nuestros juegos infantiles callejeros que también experimentaba de la sucesión de periodos y costumbres según la época del año: las canicas, la machiba, el salto a piola, los cromos de futbolistas, etc.… Íbamos pasando sucesivamente por ellos como si jugáramos en un gran tablero de juego de mesa, de casilla en casilla linealmente y parando en cada estación.
Es por ello que un sentimiento compartido de tradición, de protagonismo de cuadro costumbrista, nos llega cual ventisca invernal y nos lleva a refugiarnos en los recuerdos cálidos que sólo el paso del tiempo sabe filtrar convenientemente a nuestro favor ya fuera para aseverarnos en una perspectiva de asentimiento o de contravención en un ejercicio de remar contra corriente, que también dicen reafirma lo suyo.
Se acerca esa época donde todos hacemos balance del año. Como si se tratase de un examen de conciencia particular. Como si ese ritmo vital nos llevara a realizar cada diciembre valoración de nuestras vidas y relaciones sociales de todo el ejercicio anual. Nuestros principios –removidos por las campañas de las ONG´s que en el fondo saben de tal fenómeno introspectivo- pasan del fondo de armario al espejo que nos refleja nuestra propia imagen. Es por ello que más que nunca- en un país donde cada vez más las redes sociales de Internet muestran vehementemente la necesidad de los humanos de contacto, como seres relacionales que somos- tendamos a utilizar “el mundo a nuestro alcance”, que diría Javier Ojeda, para enviar ese mensaje de cercanía hacia nuestros parientes, amistades y congéneres en general. Momento de frenesí de envío de ese eme eses, tarjetas navideñas, mails y llamadas telefónicas, como si el fin del mundo nos fuera a pillar “traidores, inconfesos y mártires” sin expresar nuestros – reales o fingidos- sentimientos.
Es momento donde las corporaciones institucionales o mercantilistas expresan a través de sus mensajes su cercanía hacia la masa popular. Donde la calidez de los anuncios entra y empapa cada hogar con las melodías de valses, el edulcoramiento de las sensaciones estudiadas y rescatadas del “subconsciente colectivo” para embriagarnos y de paso vender su producto o ideología. Esa imagen paternal que pretende con adulaciones y promesas aplicar un bálsamo de Fierabrás que cure las heridas de una sociedad lacerada por los golpes de las caídas de la economía que los poderosos siempre saben evitar a través de la red de protección que al final siempre se teje con el dinero de todos. Como si de un Mr. Scrooge recién levantado de sus primeras pesadillas se tratase, con propósitos lábiles de filantropía, con ganas de transmitir esa necesidad que cada nuevo año les lleva a pensar que aquellos gusanos se convertirán en mariposas, tienden puentes mediante frases cálidas donde se vierten significados que ponderan la humanidad por delante de los proyectos y los poderes, cuando nada hay más lejos de su intención. Cuántas veces ciertos personajes grises han martilleado en nuestros oídos verbalmente lo segundo mientras aplicaban el rodillo de la indiferencia sobre lo primero. Cuántas veces, como en “Jerry Mc Guire” a quien hacía declaración sincera de intenciones se le marginaba o denostaba. Qué alejada la realidad de los propósitos.
Nada más esencial en mi opinión –rememorando a Fray Luís de León- que el alejamiento de tal ruido ensordecedor. Recuperar el aliento desde la descontaminación y la distorsión que genera la alienación y el aborregamiento a que medios y dictadores encubiertos pretenden someter a las libertades individuales. La Historia está llena de urdimbres y manipulaciones. De los Cirilos contra Hypatias o ¡ay de aquel cristiano que discrepara de Nithard o del mismísimo Rasputín, consejeros reales!
En estos días en que la ciudadanía clama y presiona a sus líderes a respetar el ecosistema global, forzándoles a aceptar una hoja de ruta sobre el cambio climático. Donde la voluntad de una mujer en huelga de hambre pone en jaque gobiernos y organismos. Donde las encontradas ideologías buscan espacios comunes frente a los terroristas enemigos de la vida. Aún cabe rescatar aquellas palabras de Robespierre: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los deberes”. Ironía que el líder de los jacobinos pronunciara tales palabras. Prefiero, no obstante, la cita del mismísimo Cervantes como una lección mas a recordar estos días y que bien podría ir a guisa de corolario en cualquiera de los mensajes a amistades antes citados: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
La Navidad, es ante todo, un buen momento para reflexionar, para descansar o para compartir sin más el momento que nos toca vivir con quienes más a gusto nos encontremos, sin artificialidades. Juanes decía que “La Vida es un Ratico”. Que cada cual debe saber aprovechar y disfrutar.
Este pasado fin de semana he tenido el placer de escuchar a dos buenos oradores: un político llamado Alfonso y un escritor llamado José. Ellos, sin saberlo, han coincidido en su discurso en un aspecto muy importante: la necesidad del entendimiento común, del respeto mutuo como cauce de lograr un espacio de convivencia fructífero y alejado de los extremismos generadores de convulsiones. Uno en la época de Transición. El otro en la época del Cristianismo Alejandrino. Tan lejos, tan cerca -que diría Wenders.
Es curioso cómo, si sabemos escuchar esa sabiduría transmitida por las mentes preclaras, ese susurro bajo el ruido de fondo, aún cabe esperar lo mejor de nosotros mismos, que es precisamente lo que deseamos desempolvar en estas épocas tan entrañables.
Quizá debamos dejar acercar a esos niños a nosotros –como Alguien dijera una vez- . Quizá esos niños sean los que habitan aún en cada uno de nuestros seres y cuya voz intenta ahogar de hito en hito el manipulador de turno. Como decía un grupo moderno, Snow Patrol: “mantengamos los ojos abiertos” y la voz clara ante las injusticias. De igual manera que en “Alicia en el País de las Maravillas” Lewis Carrol a través del nervioso conejo aconsejaba más que celebrar un cumpleaños, mejor conmemorar trecientos sesenta y cuatro “ no cumpleaños”, así mejor sería hacer una Navidad de cada día. Quizá la humanidad lo agradecería.
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