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Matar a Dios en el colegio
09.12.09 - Escrito por: José M. Jiménez Migueles
Matar a Dios en los colegios. No parece mal plan. Total, no se va a defender y a su hijo ya lo crucificaron y ni protestó. Parece una cosa rápida y fácil. Y sin sangre oigan. Un plan redondo. Matamos a Dios en las escuelas y adiós a siglos de enseñanza dogmática, de levita, alzacuellos y explotación intelectual de la simbología religiosa. No se pueden obtener tantos réditos con un ejercicio tan sencillo como el de levantar la mano según la ideología marcada por el partido, tan jerárquico como la Santa Madre Iglesia. Y pienso yo la relación que pueda tener denegar la construcción de simbología religiosa islámica en Suiza mediante referéndum nacional con la eliminación de simbología católica en España mediante decisión mayoritaria en el Parlamento. ¿Tan mala una cosa como la otra? ¿Qué es más políticamente correcto? ¿O más fácil de decidir?
En realidad el debate es algo estéril. En el Instituto Aguilar y Eslava los quitaron cuando yo estaba allí en mi segundo año, y los dos institutos por los que he pasado ninguno han tenido nunca un crucifijo. Sin embargo, el pueblo donde vivo tiene un Ayuntamiento en cuya escalera principal hay un Dios, el tito Mithras, y una Virgen, la del Perpetuo Socorro, aunque debiera ser la Mama Sierrita la que estuviera allí, por eso de homenajear a las dos religiones más importantes asentadas en suelo cabreño. Y un poco más adelante, el crucificado de las Andovalas. Por no hablar del concejal de Turismo y Deportes, también crucificado por los partidos de la oposición, y que sigue allí todos los días.
A decir verdad, yo estoy en contra de que haya crucifijos en las escuelas. No deben de estar allí ya que, evidentemente, no es su sitio. Pero yo creo que habría que enfocar el debate de forma mucho más seria y sensata. Cuando veo las paredes de una clase no dejo de sonrojarme ante el vacío radical que presentan y, a la vez, no dejo de preguntarme si no nos estamos desviando a un exceso nihilista que no hace sino perjudicar al alumnado que allí se encuentra. Me explico: pienso que las aulas deben ser espacios donde el alumnado se forma de la mejor manera posible pero que a la vez sean portadores de una cultura significativa, que no deja de ser la propia del lugar de origen y de la patria que les educa. Sí, es positivo eliminar el crucifijo de las aulas, pero a la vez pienso que hay que dotar a las mismas de una simbología que resuma coherentemente la sociedad que vivimos y el sistema de valores adecuado para convivir en ella. Los grandes pensadores políticos del siglo XVIII y XIX, que dieron a Europa la llave de la Ilustración para abrir las puertas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los protagonistas de los grandes avances científicos y médicos, responsables del conocimiento y del bienestar sanitario que hoy disfrutamos. Los padres de la patria española, imprescindibles para la comprensión de nuestra actual democracia. Los grandes maestros de nuestra literatura. Las principales obras de arte creadas por españoles. En definitiva, que cada clase sea expresión del mundo en el que vivimos, consciente de sus logros, comprometido con sus compromisos. Y eso, lo sabemos, se consigue con la simbología, con la expresión visual de los grandes acontecimientos y personajes de nuestra historia. Mucho Montesquieu, mucho Darwin, mucho Azaña y mucho Juan Carlos I, mucha Mezquita, mucha Alhambra y muchas Meninas. Mucho Dalí, mucho Cervantes y mucho Lorca. Mucho de lo bueno de lo mejor de España. Y muy poco, o nada, de comunismos, de Alianzas de Civilizaciones, de desmedidas exaltaciones nacionalistas.
Y sólo once imágenes aleccionarán mucho más que una hora a la semana de Educación para la Ciudadanía.
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