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Lenguas de color rosa
06.12.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
 En las calles había más espíritu que ganas de vivir. El frío, mi fiel e hidalgo compañero, congelaba mi aliento mientras una vela prendía el sol de medianoche que rondaba a la ciudad. Pasé el día y la madrugada hasta ese momento con Jennifer Blake. A solas en mi apartamento, ella confiscaba mi deseo y el placer de sentirnos queridos por un querer a destiempo y sin amor para hacerlo fugaz y diáfano. Acabó todo, salimos a pasear y una cámara y un foco estuvieron a punto de atropellarnos.
Era lo habitual, Jenny, así la llamaba cuando se consumía el deseo, trabajaba en una cadena de televisión que constantemente desgarraba a personajes y personajillos para conseguir que sus audiencias aullaran en el sofá de casa. Pero todo fue bien hasta que ella fue la víctima. Las imágenes en segundos que captó el reportero, fueron portada de todos los programas y revistas rosa que había en la ciudad. Mi añorado anonimato pasó a un quinto plano y Jennifer planteó denuncias por rozar su privacidad en un momento íntimo y nocturno.
Desapareció durante quince días de mi vida. No había llamadas, ni presagios, ni bailes de salón silenciosos, ni vasos que llenar, ni corazones que estrangular, ni nexos de ansiedad y desahogo. Blake había sido víctima de sus propios compañeros. Trabajaron durante semanas en su búsqueda desde su equipo de redacción, los mismos que la habían expuesto al calor de la noche en paños menores. No aparecía, ni respondía a llamadas, Jennifer tenía problemas y el problema principal era el olvido.
La falta de sueño y mi batalla incesante con Morfeo, propiciaron que bajara a escuchar los sonidos del saxo de Cutty y de un clarinetista llamado Roger que se había incorporado al grupo de desahuciados por la sociedad que daban calor a Epopeya. Pensé mientras escuchaba, escuché para poder pensar y a la vez quise volar de norte a sur y de este a oeste por una señal de Blake antes del amanecer. No se produjo y el sol nos dejaba ver que sólo nos faltaba ser inmortales para no ser vampiros o animales nocturnos buscando presa.
Mientras bailaba a solas en la ducha, el sonido del ordenador me hizo ver que un mensaje había sido recibido para mí. Al abrirlo aún con la toalla puesta y asida a la cintura, vi que era Jennifer. Sus ojeras reflejaban que su alma iba a la deriva, su voz rota daba a entender que las lágrimas no sólo salían de los ojos sino también de la garganta. Decía, -no me busques, no me encuentres, estoy de vacaciones con la nostalgia, han exprimido mi reputación y tú eres el culpable-. Aquella última frase me dejó impactado y roto por dentro. Sonó la puerta, era el cartero, me dejó un paquete pesado y al abrirlo comprobé que eran las revistas de los últimos quince días.
Todos los informes sobre Blake estaban firmados por mi. Habían falseado mi nombre y mi firma para jugar conmigo en un póker del que yo simplemente era un aficionado. Las demandas interpuestas días después fueron remitidas al ático de Jennifer y sólo recibí una disculpa que sabía a ginebra sin hielo. Las lenguas de color rosa de la bajeza moral de muchos titiriteros de la televisión, me habían dejado sin confidente y sin credibilidad ante ella. Por su parte, a ella le habían dejado el corazón a cero. Ese corazón del que siempre había vivido y con el que se podía permitir tantos lujos como llamar a mi puerta para contagiarme de placer y lujuria. Nos había matado la prensa, había roto el colorista abanico de una relación esporádica de espaldas a la racionalidad. Me hirió y me humilló, por eso la mentira suena mejor en lenguas de color rosa.
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