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La crisis de la agricultura
23.11.09 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
¿Han viso ustedes el pasado 21 de noviembre a nuestros agricultores y ganadores en Madrid? Yo, además de verlos, «los he hecho míos». Casi se me indigesta la comida que ya había ingerido a las tardías 3 de la tarde. Un nudo de emoción iba de mi garganta a mis ojos, y viceversa, viendo a esos rostros labrados por el sol en el centro de Madrid.
He pensado: «¡Qué mundo este que rechaza y maldice el oficio de Deméter!» Como si fueran ovejas, desfilaban por las grandes avenidas de la capital y se asomaban a los micrófonos de la televisión pública diciendo sus nombres y apellidos y repitiendo una y otra vez: «¡Así no podemos vivir!» ¡Vergüenza de país, donde sus ciudadanos honrada y muy esforzadamente no pueden vivir! Y la ministra Salgado no se ha dignado a salir, excusándose en no se qué circular que no le había llegado. ¡Ay! ¡Estos analfabetos de provincias no entienden de protocolo! Si hubiera sido para reconocerle algún mérito, ya verían ustedes como el protocolo no era tan importante.
Yo, que soy prole de agricultores como media Cabra, ya vengo oyendo a mis familiares decir una y otra vez: «¡Que las aceitunas no valen!» Hoy también se han adherido a esta idea un agricultor del próspero Campo de Dalías y un viticultor de la Mancha, que explica que estamos en la rentabilidad de nuestros abuelos. Parece ser que el quid de la cuestión está –como denuncia Agropupular en la Cope– en la desproporción entre el precio en origen y el precio final, llevándose la gran parte del pastel los intermediarios.
La situación va a peor para estas gentes y los que deberían ayudar no lo hacen. En primer lugar, los medios de comunicación, que abren los telediarios con la repetida noticia del caso Alakrana: ¡Qué empacho de tema! ¡Conozco a las mujeres de los marineros mejor que a mis vecinos! Cuando se requiere la defensa de nuestros intereses, la televisión que pagamos usted y yo saca la noticia en tercera línea. Probablemente el director de informativos pensará que estos miles de agricultores en Madrid son una cosa «rancia» de otro siglo. ¿Qué hacen dedicándose a criar cerdos en el mundo tan avanzado en el que nos movemos? Este palurdo pensará que su país no necesita el sector primario porque… ¡hay trabajo en otros ámbitos! ¿O no? Quizá la causa de su decisión sea otra más oscura.
Yo simplemente escribo estas líneas para desahogarme y poder seguir soportando tanta incompetencia por parte de nuestros gobernantes. Nací y crecí en el campo. El trabajo era muy sacrificado, sin festivos ni vacaciones. Pero siempre vi en mis padres un halo de confianza en su trabajo. Lograron con poco terrero desarrollarse y cubrir no sólo las necesidades básicas, sino proporcionar ascenso social a sus hijos. Así pues, ver las caras quemadas por el sol en Madrid diciendo «¡realicen reformas antes de que sea demasiado tarde!» me causa amargura, porque en esto veo, como en otros sectores, un profundo desmembramiento, y lo que es peor: ninguna intención de remediarlo.
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