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¿Hasta los 18 años?
10.11.09 PECADOS IBÉRICOS - Escrito por: José M. Valle Porras
El señor Gabilondo, ministro de Educación, ha lanzado al ruedo del debate público y político la posibilidad de ampliar la enseñanza obligatoria de los 16 a los 18 años; y lo hace en el contexto de búsqueda de un gran pacto de Estado por la educación que resuelva sus graves carencias. Yo me enteré de esta noticia por la radio, mientras esperaba que me «arreglaran» un poco. Cuando la escuchamos, mi barbero y yo nos quedamos estupefactos. Pero la sorpresa y descontento fue mayor entre mis compañeros de profesión, como pude comprobar la mañana siguiente. Sin embargo –y esto es lo que me parece significativo–, mi barbero y los profesores de mi Instituto coincidían no sólo en su rechazo, sino también en los argumentos. Pero, como dijo aquel amante, «vayamos por partes».
La primera y más espontánea acusación que se ha lanzado contra esta propuesta es su malicia. Muchos consideran que se busca, simple y llanamente, transformar por ley parados en estudiantes. Otra forma de «maquillar» –eufemismo tan usado hoy en los medios de comunicación– las cifras del paro. De ser así, cabría pensar que Zapatero se ha dignado seguir la célebre declaración de Rubalcaba: «¡Este país no se merece un gobierno que mienta!». En efecto, ya no mentirá más, porque los parados que antes ocultaba serán ahora estudiantes… Dejando las bromas aparte, confieso que no quiero creer esta acusación, aunque hay que reconocer que la coincidencia entre esta propuesta y la perspectiva de varios años de paro elevado en España es, cuando menos, sospechosa.
Un segundo reproche ha recibido Gabilondo. En un período de muy serios problemas en nuestro sistema educativo, ampliar la enseñanza obligatoria hasta los 18 no viene a resolver ninguno de ellos, sino, por el contrario, a plantear otros nuevos. La educación en España tiene retos de mucho fuste: mejorar la atención a la diversidad, reducir el número de alumnos por aula, inculcar un sentido de responsabilidad, respeto y colaboración a los diversos componentes de la comunidad educativa, etc. Pero a ninguna de estas dificultades responde la propuesta de Gabilondo. Así, en lugar de alimentar el debate y preparar el camino para resolverlas, lo que hace es distraer la atención y desviarla hacia una cuestión menor. A lo sumo, podemos decir que con ella se busca aumentar el porcentaje de españoles con, al menos, estudios de bachillerato y ciclos formativos. Esto es, realmente, lo único bonito que se puede decir de su idea. Pero es un bonito aparente, porque a continuación hemos de preguntarnos: ¿A qué precio? Y sobre todo: ¿Es lo mismo un título que la formación que el título pregona?
Y ahora me toca a mí. Responderé a las anteriores preguntas al dar mis propias objeciones contra la enseñanza obligatoria hasta los 18 años. Empezaré recordando que muchos profesores queremos justamente lo contrario: volver a la obligatoriedad hasta los 14 años, o bien que a partir de esa edad se permita al alumno elegir si quiere terminar ESO o hacer un ciclo. ¿La razón? Bien sencilla: basta trabajar unos meses en algunos institutos para entenderlo. En los grupos de ESO, especialmente de sus últimos cursos, abundan los alumnos repetidores que no tienen más intención que cumplir la edad para poder iniciar un ciclo o, directamente, ponerse a trabajar. Y suelen ser precisamente muchos de estos alumnos los que más perturban las clases, interrumpiendo no sólo al profesor, sino también a sus compañeros que sí quieren estudiar. ¿Qué es, por tanto, lo que cabe esperar? Que el bachillerato se deteriore y se vea afectado por esta misma situación. Que en lugar de ser una opción de calidad y abierta a la promoción social, se convierta en una imposición y una carga que no garantice nada.
No sé hasta qué punto somos conscientes de lo que nos estamos jugando –todos, como sociedad, no como padres, alumnos y profesores–: nada menos que el bienestar y las posibilidades del porvenir. Y lo que yo veo es una cierta despreocupación de la sociedad civil, bandería entre los partidos políticos y demagogia desde el poder. De estos polvos, etc. Mientras, este gobierno seguirá estableciendo el progreso a golpe de imposición. En lugar de mantener esta propuesta, deberían darse cuenta de que no podemos obligar a un joven de 16 años a estudiar si no quiere: porque a lo mejor hay en casa un negocio familiar en el que ha colaborado desde chico y al que quiere dedicarse de mayor, o tiene, simplemente, otros planes para su propia vida; deberían darse cuenta, en definitiva, de que lo que hay que hacer es desarrollar y ofrecer un sistema educativo eficaz y que dé diversas opciones a sus usuarios. En vez de imponer, ofertemos; en lugar de obligar, demos mayor diversidad y más calidad. De otra parte, ¿cómo vamos a inculcar responsabilidad a los jóvenes si los mantenemos en los centros hasta los 18 años, quieran o no quieran, se esfuercen o no? Aprendamos todos a respetar la libertad. Así enseñaremos a nuestros alumnos a responsabilizarse de la suya propia.
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