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No hay mal que por bien no venga
08.10.09 SUSPENDO EL JUICIO - Escrito por: Eustasio Moreno Rueda
No me olvido del pequeño empresario sin crédito ni del parado con el agua en algún lugar entre la barbilla y la boca. Tampoco del que apenas le llega para pagar la hipoteca, ni del que no le llega. Los tengo presentes mientras escribo cada palabra de este artículo. Pero es el caso que no quisiera dejar pasar la oportunidad de congratularme por los bienes que, paradojas de la vida, también está trayendo esta crisis, cumpliéndose una vez más el recurrente consuelo de que no hay mal que por bien no venga.
En efecto, es tan extraordinario encontrar un mal absoluto que no deje ciertas mejoras tras de sí como un bien sin efectos perversos entreverados. La tan llevada y traída crisis no nos deja un solo bien sino un puñado de ellos.
En primer lugar, la esperanzadora noticia de que se ha incrementado el número de matrículas, tanto en estudios académicos como extraacadémicos. Parece ser que la presente dificultad para conseguir un puesto de trabajo sin el pertrecho de formación alguna ha hecho ver a los jóvenes españoles, y a los no tan jóvenes, que para acceder al mercado laboral no queda más remedio que el rodeo de la formación, la cualificación y la mejora continua. En definitiva, la necesidad de atesorar un plus de valor añadido respecto a la competencia. El enriquecimiento humano que esto supone para una sociedad es incalculable. Atrás queda por fin un panorama en el que la abundante oferta de empleo no cualificado en la construcción y sus industrias anejas ha animado a miles de jóvenes a abandonar los estudios postergándose a sí mismos a un cuasi analfabetismo inadmisible en el marco de un sistema educativo que facilita la formación académica como nunca antes lo había hecho.
En segundo lugar, nos dicen las últimas estadísticas que las familias españolas ahorran más que nunca -1 de cada 4 euros ganados van a la hucha- con la consiguiente deceleración del endeudamiento familiar. Teniendo en cuenta que alrededor del 40% de la economía gira en torno a la veleidosa industria de lo superfluo que no ceja en su empeño de alimentar la glotonería de la vanidad humana, esta noticia supone que hemos sacado de la cesta de la compra un sinfín de pamplinas innecesarias que no quiero nombrar para no herir susceptibilidades, pero que todos tenemos in mente. Surge así un nuevo consumidor que no ha perdido del todo la capacidad para distinguir lo necesario de lo accesorio, que forzado por la incertidumbre o la necesidad comienza a ejercer un consumo responsable que se aproxima al que vienen pidiendo las políticas verdes desde hace varias décadas. Con suerte, es posible que el nuevo hábito se acendre y perdure, y que este renovado ciudadano se sorprenda al comprobar que el abandono del trajín que suponía tanto consumo desmedido no ha mermado en absoluto su índice de felicidad. En la misma vena puede producirse otro milagro: quizás en un postrero momento de lucidez este consumidor o consumidora, con los pies más cerca del suelo, caiga en la cuenta de que el escaparate del papel couché en el que revoloteaban sus sueños no es más que un camino hoyado de espejismos y banalidades. Para los que duden siempre les queda la posibilidad de ver La Dolce Vita de Fellini. Nunca el cine mostró un personaje tan dolorosamente vacío como el periodista Marcello.
En tercer lugar, las estadísticas también nos dicen que el número de divorcios disminuye. Es impepinable. Si el dinero no entra por la puerta el amor no se escapa por la ventana. Qué buena ocasión para romper una lanza por los sentimientos que un día nos llevaron al altar ante Dios. Podemos mirar a nuestra pareja a los ojos –quizás haga mucho tiempo que no lo hacemos- y hablar –quizás también haga mucho tiempo que no lo hacemos. Es posible que mediante la conversación descubramos que los motivos que causan el disgusto son como azucarillos, tan pequeños y fáciles de disolver. Una nueva oportunidad al amor es una nueva oportunidad para practicar las saludables virtudes de la paciencia, el diálogo, el respeto y la tolerancia.
Por último, y esto es lo que más regocija a mi impenitente talante romántico, los españoles vuelven a ejercitar el arte de la seducción. Y es que la precariedad ha dejado a los enamorados sin otros medios que su encanto personal. Digo sin otros medios pero, ¿realmente hay otros medios? Alguien pensará que no hay nada más donjuanesco que un poder adquisitivo elevado. Pero, ¿acaso hay algo más huero que la conquista por medio de un chalet o del brillo de una carrocería? A esto más que seducción debería llamársele compraventa. Bienvenida sea esta nueva época en la que los enamorados vuelven a acudir a la mediación de los encantos del cuerpo y del alma. Con un poco de fortuna es posible que en los próximos plúmbeos y lluviosos meses aparezcan, como setas en otoño, nuevas mediaciones; la de la educación, la de la cortesía, la de la amabilidad, la del respeto. Habremos de congratularnos si esto ocurre pues, como decía Ortega y Gasset, todos estos trebejos no son sino síntomas inequívocos de que un país es civilizado, es decir, que está en fuga respecto al estado de barbarie caracterizado por los atajos y la acción directa.
En definitiva, se vuelve a constatar una vez más que cuando estamos rodeados de escasez, cuando la vida nos oprime como al buzo el agua, descuella lo mejor de nosotros mismos. No recuerdo si fue a Platón a quien se le ocurrió esta genial alegoría: es el aire, que opone resistencia, lo que permite volar a las aves. Está archicomprobado que la abundancia cohíbe la imaginación, la excesiva luz ciega la pupila, la vida regalada hace que nuestros talentos queden inexpresos. Nada tiene de extraño que en el humus del decayente siglo XVII floreciera el bien llamado Siglo de oro de la literatura española. La angustia de un futuro incierto y la nostalgia de un tiempo pasado espoleaban la imaginación de las plumas españolas, que intentaron recrear con tinta la gloria y los anhelos que la realidad les escatimaba.
En la historia del pensamiento son numerosos los autores que han considerado el devenir histórico como una serie de ciclos en los que las civilizaciones encumbradas se vuelven decadentes a causa de su propia sobreabundancia. Estas civilizaciones, debilitadas, inoperantes y fofas a causa de la parálisis de sus virtudes, son invadidas por tribus semibárbaras, ejercitadas en el arte de la guerra y la disciplina, anhelantes de dejar atrás una vida seminómada de frugalidad y rigores. Estas tribus se convertirán en civilización dominante y el bienestar alcanzado será a su vez causa de su caída. A la luz de esta teoría podemos considerar esta época de crisis como una oportunidad de renovación, ocasión para realizar el esfuerzo supremo y generoso de exprimirnos para descubrir que lo mejor de nosotros aún dormita en nuestro interior y lo haremos despertar y lo echaremos a andar.
Detrás dejaremos los bostezos de hastío y aburrimiento, la parálisis y la indolencia, la desidia y el envilecimiento que nos trajo la sobreabundancia.
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