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Nubes de Acero
01.08.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
El cielo puede llegar a ser gris permanentemente y no atisbar en él ni un rasgo de azul para conquistar siquiera algún corazón desvalido, de esos que su palpitar es un blues negro. Hacía más de dos semanas que no asistía al espectáculo tranquilizador de Epopeya. Los días allí pasaban despacio, las noches eran fugaces. Los chicos estaban en su lugar y su vida valía menos de un cigarrillo apagado en el asfalto, que a diario pisaban algunos ejecutivos de esta gran urbe para derribar parte de los extramuros de la ciudad dónde tanto y tantos habíamos soñado con un futuro en la calle de las estrellas.
Cutty, El Cristiano, Capo, Marco y Harry. Si Harry, le habían embargado el alma y no pudo resistir el dolor. Terminó cerrando su eterno bar de copas que siempre que abría sus puertas faltaban cinco minutos para que él llegara. Todos me saludaron, Cutty sólo me miró y declinó su mirada hipnotizante hacia abajo para ver si los charcos le daban el azul que su rostro necesitaba. Estaban ellos y muchos más que utilizaban la antigua estación, preocupados por el anuncio inminente de un futuro derribo de sus vidas provisionales.
Aquello era su vida, su cielo y su infierno, su Dios y su madre, su odio y su amor, su ira y su rebeldía, su torpeza y su confianza. Como la circunstancia me persigue. El reloj nos informaba que la medianoche volvía a concedernos una licencia. Se escuchaban murmullos bajando las ilustres escaleras de Epopeya. Eran los ejecutivos de Donovan Brother´s. Alan Casell y Rebecca Novotny. Me cobijé un poco en la puerta de los aseos con la única pretensión de observar el despotismo con el que actuaban.
Y fue así. Alan con un documento en la mano, alzó la voz y se dirigió a todos ellos culpándolos de sus indigentes vidas, su mala salubridad, su absurda existencia, pero su imperialista poder de seducción. Le anunció que en quince días derribarían la estación para construir un edificio de hormigón dónde estaría ubicado el mayor edificio de oficinas de toda la ciudad. Donovan Brother`s tenía una reputación un tanto pestilente en referencia al blanqueo de dinero, la especulación de terrenos y las construcciones de baja calidad y precios desorbitados. Pero eran amigos de mantel y despacho de Miss Greta Brown, la alcaldesa más detestable de la política ciudadana.
Tras un sinfín de amenazas que sonaban como una mala banda de rock, aparecí en escena y tanto Casell como Novotny hicieron un gesto de incredulidad pensando que era yo otro rico diablo de los que habitaban en el cielo subterráneo de la ciudad. Les dije que trabajaba para el Good Morning News y en ese momento pasaron de llamarme sapo a llamarme príncipe azul. Les informe correctamente que estaba al tanto de todas sus gestiones corruptas en la adjudicación de obras, sobornos, blanqueo de dinero a cambio de suelos y una excelente hoja de presentación que sería del agrado de todos nuestros lectores conocer a fondo. Si había que derribar se derribaría pero cuando el tiempo dejara de ser eterno para ser efímero. Que no utilizaran el término ratas de alcantarilla hacia personas con dignidad y que tuvieran cuidado con sus declaraciones y relaciones a altas horas de la madrugada.
Las cosas no iban bien. Tras el suceso, me enviaron a casa un sobre con un cheque por valor de 30000 dólares en agradecimiento por mi silencio. De la misma forma lo devolví con el artículo que se publicaría un domingo cualquiera en el suplemento. No dejaba en un pedestal de mármol a Donovan Brother´s, pero mucho menos a Casell y Novotny, los perros rabiosos de la compañía.
La guerra había empezado, no demolerían la estación porque la vida es un compendio de lugares que son sagrados y malditos, recordados y venerados, despreciados y amados hasta el placer de gozarlos.
En días de lluvia y luna, nada ni nadie podía cambiar una noche de sol con nubes de acero en Epopeya.
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