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La Chistera de Cristal
22.07.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Pasaban las nubes pero no los días. Naufragaban los amores pero la lluvia cesaba antes de un primer beso. Corrían ríos de hambre y la tristeza se vestía de oro y mirra para aliviar al aire de más suspiros contenidos por la rabia. Todo se convertía en niebla sin dar ni una sola tregua al sol. Asfixiaban al amanecer los caracteres de quiénes engendraron el monstruo de la política desorbitada que todo lo devoraba a su paso, como un esbelto tsunami.
Harrison Oconnor es el jefe prioritario en la jerarquía del partido de Greta Brown. Este personaje ha desvalijado los ahorros de los ciudadanos de Ciudad de la Plata, para convertirlos en armas políticas contra los políticamente correctos ricos modernos y arrojarla de manera “robinhoodiense” a los pobres de alma y de cartera. Oconnor, más conocido como La Chistera de Cristal, no concedía entrevistas a ningún medio de comunicación. Observaba, destruía, se ocultaba, amenazaba e imponía de una manera muy sutil una ideología basada en descomponer las mentes más débiles para que siempre confiaran en ellos a la hora de comprar su voto. Brown a parte de ser la mujer alcalde más activa y confío entiendan mi ironía, servía de portavoz de este tipo que a diestro y siniestro utilizaba el dinero de los ciudadanos para convertirse en el rey Midas de la era moderna. Tuve ocasión de reflejar en una columna de Good Morning News, más de una salida de tono de Oconnor y las llamadas al director eran inmediatas. Tanto que hasta el desayuno de mañana se le atragantaba escuchando a los asesores del presidente del partido más social del planeta.
En la última rueda de prensa que tuvimos el honor de compartir con Greta Brown, algunos colegas y quién escribe, tuvimos oportunidad de cuestionar la forma de administrar los impuestos y el erario público. Brown sólo contestaba que al igual que el aire es intangible, el dinero de los amables contribuyentes también lo era. Pero la historia dio un giro inesperado, Oconnor estaba siendo cuestionado por fraude en las arcas de la ciudad. Su moral caía como la bolsa y su estilo se reducía a unas gafas de sol blancas y salidas nocturnas con malas compañías.
Las fuentes consultadas indicaban que todo hacía suponer que el fin de este destructor de ilusiones, a costa de mantener el poder, sólo era cuestión de horas. Una llamada a altas horas de la madrugada, desvelo mi insomnio, en la más absoluta intimidad y viendo de fondo las luces verdes de la ciudad me dijo que los grandes monstruos de hierro caerían igual que la harina en las manos del artesano. Con premura, los partidos de la oposición iniciaron la caza. Oconnor se nutría de apoyos invisibles y hasta su musa, quién sabe si de sábanas rotas, miss Brown se fue de vacaciones al piso de al lado.
A los pocos días el sumario ardía en las portadas y el estrés contraía matrimonio conmigo en cada esquina. La jueza, Rossana Hills, desvelaba los desfalcos de Oconnor y el desastre que había provocado en la tesorería general. No fue a la cárcel por malgastar y mal gestionar el dinero de los débiles y de los fuertes, pero ha quedado relegado a un mal recuerdo que hacía presagiar unas memorias inminentes para que no le retiraran el coche de la puerta de su prostíbulo favorito. Su cargo lo ocupó durante unas semanas Brown, no dijo una sola palabra, ni una declaración con jugo, ni nada de nada, descafeinada por completo.
A los pocos días, una nueva figura emergía de las profundidades del océano político de la ciudad. John Queen, un antiguo empresario que convocaba a sus trabajadores para desayunar cada día con sus pagas extras. En definitiva, de mal a mucho peor. Los explotadores ya no eran delincuentes al uso, ni extorsionadores de poca monta. Eran y son, los que nos venden la gestión incontrolada para desahuciarnos en cada rincón de la ciudad, los políticos de la doble moral y la mentira disfrazada de honestidad.
Habían sido días muy complejos. Llegaba el momento de descansar, la noche se apresuraba dulce y melancólica, son las dos y media, bajé a Epopeya…
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