|
Un país y un pueblo, de risa
08.07.09 - Escrito por: José Manuel Jiménez Migueles
Los japoneses se ríen al leer El Quijote de Cervantes. Sí, tal y como lo leen. Según Norio Shimizu, catedrático del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Sofía en Tokio, un japonés normal y corriente, uno más del montón de cerca de los mil millones que existen amontonados, al leer por vez primera la magna obra de nuestra literatura universal no siente otra tentación que la de reír sin parar, sin llegar a comprender el inmenso drama humano que la obra lleva consigo. Aunque, si profundizamos un poco más en el tema, ya descubrimos que en realidad lo que subyace es una cuestión cultural distinta y distante. Y es que no es lo mismo la antigua Iberia que el gran Imperio del Sol Naciente. Que hay unas diferencias culturales lógicas. Que hay un sentido de la tragedia, y de la comedia, distinto. Es como darle a mi padre un Manga, porno para jóvenes, pensará. Y también está equivocado.
Aún así, creo que algo de la cultura japonesa se está instalando en los españoles. O mejor dicho, está perfectamente anclado en nuestra esencia desde hace ya tiempo. Y es que tendemos a la risa. Tendemos a reírnos de todo. Que creamos un Ministerio de Igualdad, a reírnos. Que pataleamos internacionalmente hasta conseguir una sillita en una reunión, a reírnos. Que nuestro país atraviesa una crisis económica del copón y de la que sabemos no podremos salir jamás con el actual y súper incompetente gobierno, pues a reírnos. Y siempre reiremos, a pesar de la hija de Chaves, de los trajes de Camps, de la desvergüenza mostrada a diario en puesto de trabajo por los diputados elegidos entre todos los españoles, de la máquina de parir en que se ha convertido La Zarzuela, de la incompetencia de la Justicia española, de nuestro Servicio de ¿Inteligencia?, de las corruptelas habituales, de todo. Reímos de todo mientras la clase política demuestra cada vez más, y a diario, que tiene mucho de política y poco de clase.
Un desastre de país del que no se salva mi pueblo, aún anclado en riñas plenarias de niñas de quince años que para nada ayudan al desarrollo educativo, económico y social de Cabra, la de los Egabrenses del Año, la de la Feria y las Fiestas, la del traje y la corbata, la de las cofradías y romerías, la de los proyectos que nunca se llevan a cabo. La que, a pesar de todo, nos encanta.
Y todos reímos. Sin parar. Sin llegar a comprender el inmenso drama humano que todo esto trae consigo. Porque quizás no sepamos distinguir la tragedia de la comedia. Porque quizás no seamos tan distintos de los japoneses, al fin y al cabo.
|
|
|
|
|
|