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Nos ha faltado "rocanrol".

25.06.09 PECADOS IBÉRICOS - Escrito por: José Manuel Valle Porras

A la memoria de Rafael Manjón-Cabeza Guzmán
Hace unas semanas leíamos en la prensa la noticia del hundimiento: General Motors caía, herido de muerte, a los pies de sus acreedores. El gigante, el arquetipo del poderío americano, superado en ventas unos meses atrás por los asiáticos de Toyota, se desplomaba. Y sólo la aparición –providencial o fatal, aún no lo sabemos– de la Administración Obama, ha podido lograr que se le perdone la vida. General Motors seguirá existiendo, pero no será más aquel Goliat victorioso de hace años.

Nosotros no tenemos acciones en General Motors, ni yo ni La Opinión. Lo digo porque del tono trágico del anterior párrafo podría inferirse que el desastre de General Motors me hubiese afectado. Y, de alguna manera, así es. Francis Ford Coppola, el director de cine, decía no hace muchos días, en una entrevista, que las películas de venganzas y violencia tienen éxito en nuestro tiempo porque «hoy el mundo está asustado». Y es verdad. El miedo y la inseguridad aglutinan nuestros pensamientos: miedo al desempleo, al desamor, a la vejez, al Estado, a la delincuencia…; miedo a todo menos al Infierno, realmente; en esto último hay que reconocer que nos hemos superado. Y en medio de tanto temor, uno recuerda con añoranza los tiempos pasados que, como todo el mundo sabe, casi siempre parecen mejores. Esos años dorados del Estado del bienestar, de la protección de la cuna a la sepultura, de la escasa delincuencia, del crecimiento sin límites, del petróleo abundante y barato. Esos años en que General Motors dominaba el mercado mundial de coches. Esa General Motors que con el tiempo se convirtió en un Estado del bienestar dentro del Estado americano. Todo aquello pasó, me dirán ustedes. Sí, aquella época acabó. Pero uno recuerda con nostalgia –el no haber vivido lo que uno recuerda no siempre es un argumento fiable contra la nostalgia– aquella época de seguridades y, entonces, lamenta que General Motors, símbolo superviviente de ese tiempo, empresa abanderada de los años 50 y 60 y del propio Estado de bienestar, sucumba. Porque su postración es como una bofetada de realidad en la cara del que añora –y precisemos de nuevo: el añorar algo no significa que ese algo haya existido tal y como se lo recuerda–.
Pero hay otra cosa que se nos va con General Motors. Algo hermoso y superfluo que definitivamente nos dice adiós. Con el gigante americano no sólo se despide una época de cosas atadas y bien atadas, sino también el tiempo de una rebeldía que nacía de la propia seguridad. Todo el mundo sabe que el rocanrol es un producto del Estado del bienestar, igual que el blues auténtico lo era de la indigencia y la miseria. El rock nació y prosperó en la América de los años 50 a los 70, los mismos años en que General Motors simbolizaba el poderío de la industria americana. El motor y la velocidad han estado a veces tan unidos al rocanrol como las drogas o el sexo. Y cuando el rock habla de motores, ¿en qué otra marca podemos pensar? ¿Aún recuerdan ustedes, caros lectores, aquella canción de Loquillo sobre la última rubia que vino a probar el asiento de atrás de su viejo Cadillac de segunda mano?
Sí, con General Motors se nos ha ido un tiempo que añoramos y una música que, reconozcámoslo ya, también ha muerto –en el mismo sentido en que murió el Imperio Romano, esto es, transformándose en algo distinto y extendiendo por nuevos espacios esas estructuras mutadas–. Y lo que ahora tengo que decirles a ustedes es quizás lo más duro de oír. Lo que tengo que decirles es que nosotros, españoles y andaluces, cordobeses y egabrenses, pudimos disfrutar a medias tanto ese Estado del bienestar boyante de los sesenta y setenta como ese rocanrol renovador de la misma época. Mientras en Gran Bretaña, Francia o Alemania la gente estaba casi en la vanguardia de la historia, recibiendo de inmediato los avances sociales, económicos y culturales, nosotros íbamos algunos pasos por detrás. Nunca la juventud de Cabra adoró los sonidos negros y eléctricos con la misma fiereza que en otros lugares. Y ello –es así– era inseparable al resto de retrasos de todo orden que había en nuestra patria. Así, cuando hoy recordamos con nostalgia aquellos años seguros y rebeldes de General Motors, realmente echamos en falta algo que nunca pudimos disfrutar del todo. Porque nos ha faltado rocanrol.

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