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Días de radio
25.06.09 - Escrito por: Araceli Granados Sancho
Siempre recuerdo a mi madre, en la infancia, oyendo la radio mientras lavaba la ropa a mano, cocinaba, cosía, trabajaba en el campo o en cualquiera de las miles de labores que demanda la vid y el olivo en estas tierras. Nunca la vi leer, pero siempre la observé oír la radio. La llevaba de un lado para otro, como si de agua para subsistir se tratara, y se irritaba como una niña pequeña si las pilas se le estaban acabando y no contaba con otras para repuesto.
Pero la costumbre no quedó en la infancia. Mi suegro arrastra también este aparatejo que habla sin parar, si su voluntad lo permite, por toda la casa; y también en su trabajo y auguro que, cuando sea mayor, será uno de esos abuelitos que caminan con el andador y la radio en la oreja. Pero adivinen: en mi casa ya hay varios transistores y al levantarnos mi marido y yo puede que no nos digamos buenos días, pero a buen seguro que, casi dormidos, desplazamos la mano a la ruedecilla del lado izquierdo del aparato para que Juan Ramón Lucas, Federico Jiménez, Carlos Herrera o Pepa Hernández nos digan qué diablos ha pasado esta mañana.
La radio subsiste en estos momentos en que todo lo anterior, tecnológicamente hablando, ha sido desplazado por Internet y sus posibilidades. Y, ¿por qué no ha acabado ya la radio? Todos sabemos la utilidad de un medio que ocupa el oído, pero permite tener libres los ojos para conducir, coser, escribir, cañarse o cualquier otra actividad en la que estemos ocupados. Además, la televisión o cualquier medio que secuestre la vista parece necesitar de mucha mayor atención que el que sólo requiera el oído. Habría que preguntar sobre esto a un experto en percepción. Pero lo que me parece maravilloso de la radio, y por esto escribo, es que parece que al contar con menos oyentes que, por ejemplo, la televisión, la radio se ha mantenido un poco al margen del deterioro de contenidos que sufre aquélla; aunque tiene ámbitos en los que está muy manipulada: véanse si no los programas de actualidad política de las mañanas, donde cada una defiende la fuente propia de la que mana su dinero y se echa en falta independencia en las opiniones.
Y, ¿qué me dicen de la labor educativa de la radio? Yo misma he aprendido de ajedrez, de ópera, de salud, de cocina, de música, de lugares que no conozco y a los que viajaré o no, Dios sabe. Y todo ello mientras como, leo, cocino, estudio, etc. A nuestra generación quizá esta labor que la radio hace ya no le parezca tan meritoria, pero ¿qué ha hecho la radio con las personas que hoy tienen 50 o más años? Me imagino que muchas crecieron sin televisión hasta una edad avanzada, no viajaron y probablemente leer el periódico no era una afición doméstica, puesto que ni siquiera sobraba para otras cosas. Entonces, ¿quiere decir esto que la radio ha educado a mucha gente? Así me lo parece a mí. Tan importante se me antoja su tarea y tan interesantes muchos temas que se tratan en ella, que me sorprendo cuando alguien me dice que no es aficionado a la radio. Me da por pensar en lo tedioso que puede ser hacer las tareas rutinarias, las que no te gustan, sin oír la radio. Por eso soy un poco dogmática en esto. Cuando entro en una casa que no es la mía suelo mirar si tienen libros, si gustan de la música y si oyen la radio.
Así que, a quien no guste de leer, de ir al teatro, de escuchar música y de otras bien sabidas actividades esclarecedoras de la mente, le ruego que de una oportunidad a la radio. Todo el mundo encuentra en ella su hueco: el que gusta del deporte o de la música actual, el que quiere saber de literatura o de matemáticas, aquel al que le gustan los programas de salud o de historia, el que se interesa por la crítica de cine, por la cocina, por el tiempo o por la política. Es una buena fuente para remover nuestros pensamientos, para estimularnos a la acción. Aunque, ¡cuidado! ¡Hay que mover el dial y oír de todo y a todos!
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