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Horas de placer y compasión
08.05.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Aquel día tocaba un grupo español en las inmediaciones del estadio de Steven Reagan, su nombre era Héroes del Silencio, un tal Bunbury y una banda que sonaba a España más que nunca me hicieron recordar que aún, quedaba un halo de aire que me llenaba el pensamiento para seguir pensando y besando mi pasado. Fui a deleitarme con la música y también para hacer alguna que otra foto muy interesante que después íbamos a publicar en una revista especializada en música rock internacional junto a mi compañero de batallas Mathew Spencer.
Pero de camino a casa, en torno a las dos de la madrugada, de una fría noche de miércoles, pare a tomar una copa en Doll´s, un pub que en el siglo XIX sirvió de prostíbulo para la palabra y el cuerpo. No había mucha gente, el humo ambientaba un poco la sala y la música de Joe Cocker sirvió para conocer de cerca la historia de una mujer que alquilaba su cuerpo y su paciencia para satisfacer a los que no eran iguales a nosotros ni en lo físico, ni en lo psíquico. Julia Kidman estaba tomándose una copa en la soledad más absoluta, trabajé con ella en la radio de la universidad y sabía que era especial. Nos saludamos y al principio hablamos del concierto y saboreamos un cigarrillo a medias mientras nuestras miradas revivían la gloria de unos años que sólo volverían en etapas cíclicas de sueños. Le conté a que me dedicaba, un trabajo mal pagado y considerado y un capital económico digno de escapada nocturna. Ella con una dulzura arrebatadora, me miró y me dijo, yo soy puta. La frialdad elevó los grados del whisky que en ese momento me estaba preparando el bar-man y la fina línea de mis labios quedó helada. Intenté hacer un esfuerzo por no inmutarme pero Julia me mostró sus perfectos labios y blanca dentadura y comprendí que había algo distinto. Soy prostituta y trabajo para discapacitados físicos, psíquicos, personas en estado terminal, deficientes, quemados. Al regresar de Rusia, contaba Julia, me encontré a mi misma y dentro de mí un ego huracanado me pedía ejercer, buscar el placer a cambio de dinero. Un amigo me regaló un libro de despedidas y miradas perdidas detrás del cristal. En ese instante me lancé y llevó más de diez años dedicada a esta forma de hacer sentir un placer único a los marginados de la sociedad. Una historia que había que contar en contraportada y con todo lujo de detalles. Había estado con paralíticos que no ejercían ningún tipo de poder sobre sus miembros y el sexo los encolerizaba. Con hombres que se habían quemado en un accidente y sólo la contrataban para que les acariciara la piel. Deficientes psíquicos que sólo querían jugar con un mujer desnuda. La otra parte de la historia es que eran clientes de familias con un nivel económico medio-alto y por ello conseguían los servicios de Julia a precios sumamente elevados. De camino a casa, le pregunté si sentía que era una acción caritativa y me respondió que no. La comprensión jugaba un papel escalonado en las prioridades de estas personas que tenían las mismas necesidades que cualquiera que pudiera estar en perfectas condiciones físicas y psíquicas. Julia era una dama, una mujer alta, con el pelo largo y negro como la vida de sus muchos clientes. Al pasar por la boca de la estación de metro, escuchó ruido y música. Le comenté que otro día si ella quería podíamos bajar para conocer una realidad sin orden ni capas. Julia me impactó, se despidió con una sonrisa que envolvía toda la avenida. Julia Kidman, una mujer especial para casos muy especiales. En ella se reflejan las historias que nos persiguen y no las vemos, esas que huyen del universo callejero. Doll`s desde ese día fue un cita y una parada obligatoria, allí me contaron una de las historias más emocionantes que el corazón podía soportar.
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