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Recuerdo de un viejo árbol
04.05.09 - Escrito por: Vicente Rafael Moreno López
Durante toda mi vida, en mi adolescencia, acompañado por mi buen padre, muy amante de la naturaleza, visité y lo sigo haciendo ahora, nuestra querida Fuente del Río. Mis primeros pasos se dirigen al nacimiento que hay a los pies de la Virgen de la Sierra: el nacimiento de la Vega.
Allí, como sucede ahora, los egabrenses admiramos la generosidad de la naturaleza, dando gracias a Dios por la abundante agua que mana. O nos preocupamos por su falta, en tiempos de sequía, pidiendo a Dios que nos la de en abundancia.
Pues bien, junto a ese manantial, junto a la salida que lleva el agua al río, había un árbol centenario, árbol testigo constante de los numerosos acontecimientos que en ese precioso lugar se dieron. Testigo de remodelaciones que allí se hicieron, no todas felices. Testigo de diálogos mantenidos por personas contemplando en correr del agua y su cantarín sonido, que trataban de los asuntos que preocuparon a los egabrenses a lo largo de la historia de su pueblo.
Testigo del comienzo de muchas relaciones de adolescentes y jóvenes que allí se juraron amor eterno.
Árbol frondoso, de hoja perenne y acogedora, lugar permanente para el anidar de multitud de pájaros que, al anochecer del caluroso verano, fresco allí, ofrecían maravillosos y variados conciertos a quiénes tenían la suerte de pasar cerca de él.
Árbol muy alto y rugoso, muy enraizado, con nudos grandes y abundantes, raíces profundas y diseminadas, nudos y raíces crecidos como consecuencia de "haber cumplido su misión" durante muchísimos años.
He dicho al principio que había un árbol. Y digo había porque en mi última visita a ese precioso lugar, había desaparecido. Había sido talado. Pienso que su desaparición, su tala, tiene que estar justificada. ¿Su vejez?. ¿Alguna enfermedad?. ¿el posible daño que pudiera hacer a algo cercano?.
Confío que quiénes han tomado la decisión lo hayan hecho con sensatez y tras un serio estudio.
Esta reflexión tienen como única finalidad, recordar a un ser vivo que, aunque no racional, durante toda mi vida, sirvió a la comunidad egabrense.
Adiós pues, al viejo árbol, ejemplar testigo y dador constante de sombra y de frescor. La naturaleza también es acreedora de recuerdos y agradecimientos.
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