|
DOS MONJAS
13.04.09 - Escrito por: Angeles Caso / Revista MAGAZINE
Reproducimos el artículo que Angeles Caso ha escrito en su sección "Un cierto silencio" de la revista MAGAZINE del pasado 5 de abril, en el que hace referencia a su visita a Cabra, tras haber participado en las Jornadas de Historia, Política y Pensamiento de este año 2009 y que dedica a dos monjas egabrenses.
Viajo a Cabra, en la provincia de Córdoba, para dar una charla. AI terminar, paseo por las viejas callejuelas, con sus fachadas y sus patios hermosamente llenos de flores, geranios rojos, petunias blancas, ciclámenes fucsias…Me acerco al convento de las agustinas recoletas para comprar un par de cajas de esos dulces que las monjas de clausura preparan como nadie, conservando las recetas de tiempos lejanísimos. Hablo con la hermana que me atiende a través del torno, una larga charla misteriosa y serena con una mujer encantadora cuya cara no veo. Me dice que se llama Sor Maria de las Mercedes y que es de un pueblo de Asturias, Campomanes, perdido entre lIas nieblas y los esplendores del puerto de Pajares. Hace treinta anos que no va por allí, pero no echa a nadie ni nada de menos, porque lo lleva todo en el corazón. Vive con otras cinco religiosas. Antes eran muchas más, pero la mayor parte ya ha muerto. Me cuenta que los vecinos de Cabra se portan muy bien con ellas. Me explica suavemente, sin ninguna soberbia, que mucha gente no conoce el papel que desempeñan las monjas de clausura: ellas rezan y hacen sacrificios sin cesar para ayudar ala humanidad y para que Dios sea misericordioso con sus hijos. Y termina pidiéndome perd6n por' el serm6n que me ha soltado en plena mañana. Le doy las gracias por 'su esfuerzo, y me alejo de ese lugar silencioso y oculto con la sensación de que, durante unos minutos, he rozado un mundo que pronto dejará de existir.
Me acerco luego a visitar el castillo de los duques de Cabra, que ahora es colegio de las escolapias. Me encuentro allí a la superiora, que un rato antes había asistido a mi charla Es una mujer alta, fuerte y agradable, con una gran personalidad. Me enseña el extraordinario recinto, limpio y reluciente, con sus aulas instaladas en las salas abovedadas del castillo y sus muebles señoriales, restos del antiguo esplendor del lugar, y me habla de las divertidas actividades teatrales que organizan con los alumnos, reproduciendo el ambiente medieval. Luego me confiesa que forma parte de un grupo de teólogas feministas que, desde el seno de la Iglesia cat6lica, luchan por erradicar la desigualdad. La discriminaci6n hacia el sexo femenino, notoria en esa instituci6n que, de ser analizada legalmente, tal vez podría ser declarada por ello anticonstitucional. La felicito por' su trabajo, y la animo a continuar: sólo ellas, las monjas y las seglares comprometidas, pueden acabar con una situaci6n arrastrada desde hace siglos y fuera ya de la realidad.
Me voy de Cabra sabiendo que he compartido mi tiempo con dos mujeres extraordinarias. Ellas simbolizan los dos polos de la espiritualidad, la vida contemplativa y la vida activa, y las dos, tan lejanas a mi propia existencia y mi incredulidad, me parecen sinceras y admirables.
Siempre recordare ese paseo por las calles florecidas de Cabra, y el encuentro con las dos monjas. No olvidaré la voz apaciguada de la hermana cuyo rostro no llegué a ver', pero que tal vez en medio de sus oraciones de esa noche se acordó de mí. Ni la voz firme de la escolapia luchadora, enfrentada a un poder que, sin embargo, debe acatar por Fe. Dos mujeres que se dejan la piel, cada una a su manera, por el bien de la humanidad. Me alegro de haberlas conocido.
|
|
|
|
|
|