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EN TORNO A LA EUTANASIA

21.03.09 - Escrito por: María Araceli Granados Sancho

De actualidad parece estar el tema de la eutanasia. Aparecen consideraciones políticas, religiosas, sociales y personales para todos los gustos. Reflexionando sobre el debate social, me encontré por casualidad con el libro que la editorial Planeta publicó sobre otro caso español muy mediático: el de Ramón Sampedro (1).

Este ensayo quiere presentar algunas consideraciones personales y filosóficas sobre la eutanasia, relacionándola con el concepto de muerte en que se basa, que a mi juicio debería ser modificado. La muerte es el final de nuestra vida. Pero desde la antigüedad no posee este sentido neutro, sino que, debido a la influencia de la religión, es el final de nuestra realidad concreta para pasar a una trascendencia que se asegura mejor cuanto peor haya sido la que aquí experimentamos. Para los no religiosos es también un final, así que, precisamente por esta peculiaridad, es temida y apartada de nuestras vidas. Desde ambas visiones se acaba convirtiendo la muerte en un tabú, aún más que el sexo, en la sociedad en la que nos desarrollamos.

Nadie habla de este asunto. Nadie te cuenta qué quiere que hagan sus allegados cuando muera. Delante de las personas mayores se ocultan las afirmaciones que refieren a ella. Por supuesto, a los niños se los tiene muy al margen de lo que significa morir en España; no se les enseña nada en las escuelas, donde ya van a hablarles hasta de aditivos alimenticios. No está bien visto que los familiares de alguien que acaba de morir se sientan satisfechos de que haya muerto. En resumidas cuentas, el buen morir no existe; la muerte tiene un significado asociado desde el principio: la muerte es algo malo.

Si reflexionamos sobre estas consideraciones, podemos concluir que parece absurdo no pensar, no planificar y ocultar algo por lo que todos hemos de pasar. Los filósofos existencialistas, movilizados en su afán de ocuparse del ser humano individual y concreto, miraron con atención a este lugar común –recuerdo el título de una película de Aristaráin– y límite para todos nosotros. Para autores ateos, como Nietzsche, la muerte, por la imposibilidad de trascendencia externa, nos hace volver la mirada hacia nosotros mismos y nuestras posibilidades.

Casi todos los que dan un lugar preferente a la subjetividad frente a la objetividad se angustiarán por nuestra condición finita: de Pascal a Kierkegaard. Pero todos recordamos que es Heidegger quien mejor define al hombre como un ser para la muerte. Jaspers está de acuerdo con Heidegger en que somos más humanos, más auténticos, más éticos, cuando asumimos nuestra condición de mortales. Digamos que estamos más cerca de nuestra esencia cuando nos sabemos futuros muertos a cada instante. En esta angustia podemos descubrir cuál es nuestra condición.

Ahora que nos hemos hecho conscientes de nuestra futura mortalidad, estaremos más preparados para analizar el tema de la eutanasia. Y es que si nos imaginamos muertos en nuestro futuro próximo, quedaremos mejor dispuestos para proyectar nuestro tiempo, planificarlo, aprovecharlo y, sobre todo, para pensar por nosotros mismos.

Llegado este punto, es conveniente que, haciendo un alarde de coherencia intelectual, escuchemos todos los frentes que opinan sobre tema tan delicado. Debemos escuchar con atención, porque los discursos, su estructura y sus ideas nos reflejan los intereses que se ocultan detrás de quien los ejerce. Es necesario escuchar con atención a los miembros de la Iglesia católica, a los partidos políticos, a los individuos y grupos que reclaman la eutanasia, a quienes desean ejercerla legal o ilegalmente, a los que tienen una postura menos tajante o definida… y a los que no hablan (es importante ser consciente del que no habla, aun cuando su ideario puede emparentarse a favor o en contra de esta cuestión). Hemos de estar especialmente atentos a la argumentación de quienes tienen la experiencia en primera persona.

Dicho esto, y basándome en algunas ideas que he leído en el mencionado libro de Sampedro, argüiré algunas consideraciones. Lo primero de todo: me parece que nuestra obligación, como seres racionales, es prestar atención a la existencia de situaciones reales. Si sabemos, por los medios de comunicación, que se realiza y que se demanda por familias y afectados, por qué no legislarlo en lugar de prohibirlo.

En realidad, si leemos atentamente estas Cartas desde el infierno de Ramón, que son contestaciones de él a otras que las precedieran, observamos por sus argumentos que la gran mayoría de los interlocutores se muestran en contra de su decisión. Su familia no quería que muriera; las autoridades religiosas, los médicos y los mismos juzgados truncaron su andar recto de una vida que, según él, no merecía ser vivida en esas condiciones. Ramón Sampedro responsabiliza a las autoridades políticas, religiosas y otras castas –como él las llama– de administrar las conciencias según sus intereses y crear un miedo infundado para que los ciudadanos no administren su propia muerte, de la misma forma que hacen con su vida o con el amor, teniendo en cuenta que nuestra libertad en estas circunstancias y en otras acaba donde empieza la de los demás.

La religión, según Sampedro, quiere tener ejemplaridad moral para administrar un sufrimiento que, recordemos, es llave que abre las puertas del Cielo. La política nunca fue amiga de la búsqueda de valores morales y se sitúa a favor o en contra de éstas u otras cuestiones según crea que puede otorgarle o no rentabilidad. Los médicos son un grupo dividido en esta cuestión, aunque Sampedro los acusa de confundir ejercicio profesional con su conciencia moral. Si la legislación amparase el derecho del enfermo, éste no se encontraría al albur de las decisiones colectivas –religión, partidos políticos, etc.– o particulares –médicos–.

Aprendimos por Kant que el hombre es un fin en sí mismo y que esto le otorga dignidad. Pero hay enfermos que no se consideran dignos de una vida con la libertad de movimientos o administración de sus decisiones mermadas (2) . Si la medicina fracasa con un enfermo, si la psicología también lo hace y la familia no es suficiente razón para continuar, ¿qué puede decirle usted? El sufrimiento físico o psicológico puede ser lo suficientemente fuerte en alguien o en alguna familia como para reclamar una solución. Actualmente, por el vacío legal que existe, se puede optar por morir de hambre o de sed o no remediar alguna infección que le acuda. De esta forma puede fallecer, legalmente y entre los padecimientos más atroces. ¿Es ésta una respuesta en la era de la tecnología?

La sociedad humana es contradictoria hasta la extenuación. Nos mostramos racionales en una variedad de situaciones, pero nos llenamos de prejuicios y supersticiones ante cuestiones manipuladas. No somos lo suficiente humanos para legislar estas circunstancias relativas a la eutanasia, pero sí nos mostramos a favor de acuerdos comerciales del mundo occidental con países que atropellan los derechos humanos o, por poner otro ejemplo, creemos justo que algunos de nuestros mayores vivan con pensiones no contributivas con las que apenas pueden comer. Y, sin embargo, ¿qué tipo de daño causa dar «buena muerte» a alguien que lo demanda?

(1) Ramón SAMPEDRO: Cartas desde el infierno, Barcelona, Planeta, 2004, 298 pp.
(2) Al respecto de cómo administrar racionalmente nuestra libertad léase E. FROMM: El miedo a la libertad, Barcelona, 1998, 287 pp.

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