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Quiéreme como soy
08.03.09 EPOPEYA - Escrito por: Eduardo Luna
Las altas celebraciones en la ciudad se sucedían por calles y avenidas en unos días dónde la concurrencia social era tan impactante como una catarata de aguas limpias que cae sobre un cuerpo frío y deseoso de nuevas experiencias. La urbe movilizaba a su gente para reconocer la labor incombustible de las mujeres de este antro de hormigón y sin colores que dibuja la escalera cromática de muchas vidas. Salí del apartamento, como siempre a altas horas. Los actos habían llegado a su fin y mi sombrero echaba humo por las carreras y las prisas, mientras que mi abrigo olía a perfume de auxilio, solidaridad, respeto mutuo, docilidad, víctimas, besos, nocturnidad, miradas a destiempo, deseo y almas de ida y vuelta. La mujer movía el mundo, ese mundo de rencores, apatía y desenfreno superficial.
Hice mi habitual visita a Epopeya, siempre de madrugada que era cuando mejor se saboreaban todos los temas. Cutty me esperaba y yo la llevaba esperando a ella más de dos noches en vela. Nos abrazamos y comenzamos a escribir una nueva historia íntima y sincera. Recordaréis que su marido la defraudo minutos antes de su boda, al encontrarlo seduciendo a su madre para poner la guinda al pastel de la infidelidad más directa. Una mujer le hizo daño a otra mujer con el poder más dañino, el poder del amor y la traición. Cutty comenzó a tocar su saxo y la melancolía bailaba en aquel momento más sola que nunca. Ella hablaba a través de su música y yo veía en ella una mujer más, un trozo de vida encarnado en otra vida. La mujer, la esclava en muchos casos, la ama en otros, la obediente sierva de los malvados que se disfrazan a diario para que nadie vea su aspecto sucio y detestable. La mujer que se entrega cuerpo con cuerpo y te hace volar a lugares dónde el cero es el infinito y el infinito es su piel cruzada con tu piel. Esas mujeres que se maquillan por dentro y por fuera. Esas mujeres que aman a mujeres y se emborrachan de dulzura. Otras que gritaban en las manifestaciones de apoyo a su reconocimiento laboral y lloraban mientras la policía las apaleaba con el castigo del silencio. Algunas que callan, mientras ceden al chantaje de unos golpes a la hora de la cena. Muchas que se desprenden en las cloacas del dolor de la vida que engendran y mueren como personas cuando dejan de dar vida a otras personas que lo son y lo fueron cuando vivían en su reducido universo. Las miles que en el mundo laboral no son como hombres, pero si se deshacen a diario como hombres y mucho más que ellos por dignidad y lealtad. Las ejecutivas y políticas que no permiten al hombre ni un segundo de oxigeno y asumen sus responsabilidades con prudencia y sin descanso. Todas estas cuestiones surgían en mi memoria mientras miraba a Cutty y la desnudaba como a una Eva con mis ojos. Las que son madres y dan a luz a madres que lo serán. Mujeres torturadas, mujeres no amadas, mujeres de alto standing, mujeres de espíritus mojados por la desidia, mujeres que te encarcelan en su mente y hacen que tu cerebro adelgace. Muchas mujeres, las benditas y las malvadas, las santas y las diosas, las que saben a caramelo y las que son hiel en estado puro. Ellas son el antes y el después, son el infinito.
Volví a estar con Cutty, esa noche necesitaba abrazar el calor femenino bajo mis sábanas, la besé y la ensalcé, la hice tesoro y me descubrió en una frase. Quiéreme como soy.
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