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Bajo el tema de actualidad que recorre ahora las conversaciones de cristianos y cofrades, amparo este artículo: ¿Es posible fijar una fecha común de la Semana Santa con las Iglesias ortodoxas?
Para responder a esa pregunta, primero debemos ponerla en contexto.
En 1582 se separaron de forma definitiva las celebraciones católicas y las ortodoxas. En Roma se implantó el calendario gregoriano, mientras que en las iglesias orientales se mantuvo el calendario juliano, introducido por Julio César en el año 49 a. C.
Pero... ¿cuál es la diferencia entre ambos?
Aunque la respuesta parezca simple, el asunto es más complejo. El calendario juliano tiene 365,25 días al año y, por lo tanto, añade un año bisiesto cada cuatro años. Sin embargo, este sistema no se ajusta con precisión a la duración del año solar.
El calendario gregoriano corrige ese desajuste. Añade un día cada cuatro años a menos que el año sea divisible por 100 (como 1900 o 2100). Esa excepción desaparece si el año, además de divisible por 100, también lo es por 400 (como el año 2000), que sí fue bisiesto. Este sistema, introducido por el papa Gregorio XIII, ajustó la diferencia acumulada por el calendario juliano.
Para entender cómo se eligen las fechas de la Pascua -y, por tanto, de la Semana Santa- debemos remontarnos al primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325 d. C., donde se fijó que la Pascua debía celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena posterior al equinoccio de primavera. Allí se acordó que todas las iglesias cristianas debían celebrarla en la misma fecha.
¿Cuál es entonces el problema actual?
La diferencia entre ambos calendarios es hoy de 14 días. Por ello, en patriarcados como el de Moscú o el de Serbia, la Navidad se celebra el 7 de enero, catorce días después del 25 de diciembre según el calendario gregoriano.
La finalidad del camino ecuménico es avanzar hacia la unidad de criterio y de doctrina entre las iglesias cristianas a través del rezo, la caridad, el conocimiento mutuo y el estudio.
Para quienes vivimos la Semana Santa no solo como la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sino también como una oportunidad de llevar la fe a las calles, a nuestros mayores, a los pequeños, a los enfermos y a quienes no pueden acudir al templo -sin caer en la idolatría-, este es un tema especialmente relevante.
El ser cofrade intrínsecamente implica ser cristiano y creyente, es tener la ambición de conocer a Dios y a su Iglesia, interesarse por la actualidad de la misma y preocuparse por el bien de la Santa Madre Iglesia, de todos los hermanos que la componen y de su futuro.
Desde esa preocupación, debemos procurar acercarnos a las demás iglesias cristianas, buscar puntos de encuentro, fortalecer los lazos y avanzar hacia consensos que nos permitan centrarnos juntos en la oración y en los ministerios que nos unen.
El papa León XIV está dando pasos importantes en esta dirección, con el deseo de que algún día podamos celebrar conjuntamente el nacimiento, la muerte y la resurrección de Nuestro Señor, sin que un calendario heredado de un antiguo emperador romano siga separándonos.
Estas han sido algunas de sus palabras sobre el tema: "A través del diálogo teológico y con la ayuda de Dios, obtendremos una mejor comprensión del misterio que nos une. Celebrando juntos esta fe de Nicea y proclamándola unidos, avanzaremos hacia el restablecimiento de la plena comunión entre nosotros."
En conclusión, todo cofrade, creyente y cristiano debe buscar la unidad con sus hermanos -sean o no de su misma iglesia- y hacer cuanto esté en su mano, desde la empatía y el amor que Dios nos enseña, para vivir como hermanos en Cristo. La paz y la armonía solo son posibles cuando caminamos hacia ese horizonte común.
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