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Halloween llegó para quedarse...
31.10.25 - Escrito por: Aioze R. Trujillo-Mederos
Admitámoslo, Halloween ha tomado la ciudad como un vendaval. Escaparates, patios de colegio, redes sociales... todo habla el mismo idioma de calabazas y «truco o trato». Y uno se alegra por la fiesta, sí, pero ¿no duele un poco comprobar cómo esa velocidad brillante va eclipsando, poco a poco, lo que ya teníamos?
Pues en Canarias, aún más. Porque la noche del 31 de octubre nunca fue un hueco por llenar: fue -y es- la noche de «los Finados», una tradición humilde y poderosa a la vez, hecha de memoria compartida, mesa de temporada y música de cuerda, que se prolonga hasta Todos los Santos y el Día de Difuntos. No es un Halloween «a la canaria»: es otra gramática. Y duele que tengamos que explicarlo como si pidiéramos permiso.
Entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, familias y barrios se reúnen para honrar a quienes ya no están. Rito antiguo, de raíces paganas y cristianas,
sostenido por cosas sencillas: relatos, castañas, parrandas. Y, mucho antes de que el mundo dijera «trick or treat», aquí los niños ya llamaban a las puertas preguntando «¿hay santos?». ¿De verdad vamos a renunciar a esa escena? ¿De verdad no somos capaces de potenciar lo nuestro, darle forma y convertirlo en una fiesta atractiva sin perder el alma?
La diferencia no es solo estética; es de sentido. El «trick or treat» cristaliza en el siglo XX; lo nuestro bebe de un calendario que ya en los siglos XV?XVI tenía misas de ánimas y ofrendas para sufragar entierros y sufragios. Aquí no hay amenaza de «truco», sino que hay reciprocidad vecinal. No hay carreras por el mejor disfraz, sino que hay palabra y mesa. Al caer la tarde, la abuela sacaba la talega cosida a mano y los pequeños pedían «¿hay santos?» o «santitos», y el vecino ofrecía higos, castañas, almendras o dulces. Después venía la sobremesa, el timple que asoma, la parranda que brota sin escenografía. ¿No es esto ?precisamente esto? lo que más falta nos hace en tiempos de prisas: tiempo compartido, comunidad, memoria?
Y no, «lo nuestro» no es una rareza folklórica de isla. En España hay una familia de fiestas otoñales con la misma columna vertebral: el Magosto de Galicia, Asturias, Cantabria y Cáceres (hogueras y castañas en la calle), la Chaquetía extremeña (peditorio de frutos y merienda por Todos los Santos) y, si abrimos el foco, el Samhain céltico (hogueras, ofrendas, un lugar en la mesa para los antepasados). Todas dicen lo mismo con acentos distintos; comer de temporada, recordar a los difuntos, hacer comunidad... Y, sin embargo, todas sufren la misma agonía al quedarse arrinconadas por la homogeneización cultural, la industria del disfraz y la pérdida de vida vecinal puerta a puerta. ¿De verdad vamos a resignarnos?
La pregunta incómoda es esta: si Halloween demuestra que sabemos organizar, promocionar y convocar, ¿por qué no aplicamos esa energía a los Finaos o cualquier otra costumbre propia de estas fechas de otoño? ¿Por qué no pensamos la noche del 31 como marca cultural propia - como en México-, sin complejos, con una estética reconocible (campos de castañas, timples, bailes de taifas...), con peditorio organizado para los más pequeños -seguro, cuidado, acompañando la talega de «¿hay santos?»-, con rutas de cuentos y música en vivo en los barrios, con talleres en los colegios que expliquen de dónde venimos? ¿Por qué nos limitamos a sobrevivir al vendaval ajeno cuando podríamos sumar sin sustituir y, de paso, reforzar la autoestima cultural?
No se trata de prohibir nada -¿quién quiere trincheras?-, sino de equilibrar. Si abrimos la puerta al «truco o trato», abramos también la puerta ?literalmente? al «¿hay santos?». Si colgamos una calabaza en la ventana, asemos castañas en la plaza. Si organizamos un pasacalles, reservemos un ratito para sentarnos a nombrar a quienes ya no están, a contar quién fue esa abuela a la que todos mencionan y muchos no conocimos. Afortunadamente no todo está perdido, algo de esto ya se hace: asaderos populares, parrandas y actividades escolares en la noche del 31. Pero hace falta un paso más... coordinación, orgullo, campaña. Que no parezca una resistencia melancólica, sino una propuesta ilusionante.
A los de fuera les bastará una imagen para entenderlo. Halloween reúne a niños disfrazados pidiendo caramelos con una fórmula eficaz del siglo XX; los Finaos reúnen a familias y barrios para recordar sin miedo, con alimentos de otoño, música y un antiguo peditorio que pregunta «¿hay santos?» y devuelve comunidad. En ese espejo se ve lo que está en juego: no un capricho, sino la manera en que un pueblo se reconoce y se cuenta a sí mismo.
Tal vez el gesto más patriótico -el más sencillo y el más hondo- sea este, quedarse. Quedarse a escuchar a los mayores, a tostar castañas, a tocar el timple, a recorrer el barrio con los pequeños y una talega de tela. Convertir esa suma en una fiesta atractiva, moderna, visible, sin pedir perdón por ser nuestra. Halloween ha llegado para quedarse; los Finaos también. La diferencia depende, sobre todo, de nosotros.
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