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Acogerse a sagrado. Los «marmolillos» de Santo Domingo
08.08.25 - Escrito por: Antonio Ramón Jiménez Montes
Cada 8 de agosto se celebra la fiesta de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. El popular santo español, nació el 8 de agosto de 1170, en Caleruega, Burgos y partió a la Casa del Padre en Bolonia el 6 de agosto de 1221, con 50 años de edad. También fundador del Rosario, fue canonizado por el papa Gregorio IX en 1234.
¿Quién no ha paseado por el centro histórico de Cabra y se ha parado alguna vez en el Llanete de Santo Domingo?, esa pequeña plaza que antecede a la actual parroquia Santo Domingo de Guzmán. Rodeado por unas características columnas de caliza blanca ?los conocidos marmolillos?, este lugar no solo es punto de encuentro habitual tras una boda, bautizo o entierro, y no digamos una procesión, sino también un rincón cargado de historia y simbolismo.
Antiguamente, en Cabra existieron dos conventos dominicos: el de las monjas de San Martín y las Llagas de Cristo, situado donde hoy está el Ayuntamiento, del que no queda rastro arquitectónico; y el convento de la Concepción y Santo Domingo, de los padres dominicos, del cual solo se conserva la iglesia, actual parroquia de Santo Domingo.
Lo que sí ha perdurado, además del templo, es el espacio exterior conocido como el Llanete de Santo Domingo, un atrio abierto rodeado por los mencionados marmolillos. Aunque hoy sirvan de banco improvisado, barrera o apoyo para ver pasar una procesión, su origen podría tener raíces muy antiguas: los límites de un espacio sagrado.
Acogerse a sagrado: un antiguo derecho hoy olvidado
Desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XX, existió en España el derecho de "acogerse a sagrado": una persona perseguida por la justicia podía refugiarse en una iglesia para buscar protección divina. Dentro de esos límites sagrados ?delimitados muchas veces por pilares o cadenas?, ni la justicia civil ni la violencia podían actuar.
Este derecho se remonta al siglo IV, cuando fue reconocido en el Concilio de Sárdica (344), promovido por el obispo Osio de Córdoba, que fue quien lo introdujo en nuestra diócesis, y se mantuvo con algunas modificaciones hasta su supresión en España en 1979, con los nuevos acuerdos entre el Estado y la Iglesia.
En los atrios o espacios próximos a los templos ?como el Llanete de Santo Domingo o la zona que rodea la parroquia de la Asunción? se recuerda aún esa idea del umbral entre lo profano y lo sagrado, representada simbólicamente por los marmolillos. En tiempos pasados, ese espacio permitía una transición hacia el interior del templo: acogida, ceremonia, reflexión y, por qué no, también justicia divina.
Estos espacios, antes protegidos por un fuerte simbolismo religioso y jurídico, hoy forman parte del paisaje urbano cotidiano. Sin embargo, siguen cumpliendo un papel importante: como punto de encuentro, lugar de juegos infantiles (¿quién no ha saltado de marmolillo en marmolillo?), o banco improvisado en la espera de una procesión.
El «Llanete de los Padres Dominicos», como se denominaba en los siglos pasados según cuenta García Montero, nació junto al convento fundado en 1550 sobre una antigua casa de la doctrina para niños pobres. Desde entonces, este rincón ha sido testigo de siglos de historia: desde crímenes pasionales hasta celebraciones religiosas, pasando por reformas urbanas o cambios legislativos.
Incluso otras zonas de la ciudad, como la entrada de la parroquia de la Asunción o la placeta de San Agustín, incorporaron en el siglo XX elementos similares ?marmolillos y cadenas? tras reformas urbanísticas que tomaron estos elementos como referencia estética. Hoy, más allá de su funcionalidad, evocan esa sacralización del espacio, un legado que aún se percibe, aunque muchos lo desconozcan.
Los «marmolillos» no son solo columnas de piedra. Son marcas de un pasado donde lo sagrado y lo civil se entrelazaban en la vida cotidiana. Son memoria urbana de un tiempo en que las plazas ante las iglesias eran mucho más que simples espacios de paso: eran fronteras simbólicas, lugares de protección, justicia y espiritualidad.
Y aunque hoy formen parte del mobiliario urbano, su presencia sigue recordándonos que, en Cabra, cada rincón tiene una historia que merece ser contada.
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