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La lengua es amor por los dos
19.05.17 - Escrito por: Manuel Guerrero Cabrera
Confieso que solamente unos pocos años de mi vida, coincidiendo con los finales de mis estudios universitarios, dejé de expresarme en andaluz. Fue por una chica.
Ella era del norte y destacaba mi seseo tan incómodamente que comencé a distinguir eses y zetas. Al igual que ocurría en el tango con Aquel tapado de armiño:
El tapao lo estoy pagando
y tu amor ya se apagó.
Porque estuve distinguiendo más tiempo del que duró aquel amor. Tuvo que apagarse del todo esa llama para que volviera a expresarme en andaluz finalmente, tanto de manera oral como por escrito. Estoy seguro de que, si aquella chica leyera la traducción de El principito de Juan Porras, no se acordaría de mí, porque un andaluz del sur de Córdoba no se refleja en ese idioma que se ha utilizado. Tampoco nadie del norte de Córdoba, de Jaén capital o de la provincia de Almería, por citar tres lugares distintos. En otras palabras, ese idioma no es reflejo del habla de Andalucía. Quizá pueda considerarse una variante, pero eso sería darle la razón a la filología, porque el andaluz lo es del castellano y, por lo declarado por el traductor, evidentemente, eso no lo acepta.
De todos modos, ha quedado claro que Juan Porras, el SAT y todas las personas que han estado detrás de este despropósito no tienen ni poquito de respeto por el andaluz; porque, sin entrar en lo obvio de que no es un idioma, hubiera sido mucho más importante, necesario y beneficioso que, en lugar de traducir una novela, se hubieran elaborado ensayos e investigaciones sobre las diversas características del andaluz e, incluso, una posible obra de carácter gramatical; porque así, con estudios sobre el andaluz, se dignifica nuestra expresión.
Esto, en el fondo, muy en el fondo, es un reflejo de la baja estima que se tiene por la lengua castellana que políticos como Juan Porras denuestan cuando se habla del pasado de América, y no saben sino relacionarla con Madrid, o que las grandes empresas y la publicidad maltratan sustituyendo las palabras por anglicismos vacíos, innecesarios e, incluso, mal escritos... Valga el ejemplo reciente de Eurovisión. Mientras los expertos musicales han impuesto desde hace años que España interprete en inglés o con partes en este idioma sus canciones insustanciales y sin otro fin que el olvido, llega Portugal para demostrar que con una actuación totalmente en portugués y con una deliciosa magia musical se puede ganar y dejar un tema para la posteridad.
Amar pelos dois es una canción de amor, como el amor que tiene el fado, el tango, el bolero, la copla, la canción italiana e, incluso, el rock de siempre; un amor que no tiene nada que ver con el que ha banalizado el pop para llenar de riqueza el bolsillo de sus intérpretes y no los corazones. El amor se demuestra con gestos, pero se comunica, como todo, con las palabras de la lengua en la que uno siente: no lo hay en la traducción de Juan Porras, no lo hay la canción de Manel Navarro.
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