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Los huesos de un humano, los genes de otro humano.
07.08.20 - Escrito por: Sandra María [Sao] Santisteban Delgado
 Subiendo las escaleras al Centro de Estudios Vargas y Alcalde, miro por la ventana y veo el edificio adyacente, donde se encuentra el Museo de la Fundación Aguilar y Eslava.
El brillo del sol me estrecha los ojos y me perfila la vista, pero me abre la mirada de la memoria: ...allí está el Museo Aguilar y Eslava, las linternas mágicas...el esqueleto del conserje que amable y gentilmente donó su cuerpo a la ciencia.
Al día siguiente, de igual modo vuelvo a recordar estas mismas cosas siguiendo el mismo itinerario trazado; quizás con pequeñas variaciones, pero el mismo.
Día tras otro; como un mapa de recuerdos, instalado al otro lado de la ventana, vuelvo a mirar la brújula del recuerdo.
Esta vez mis pasos me llevan a ver una imagen de mi misma a los trece años, esperando a entrar a la clase de educación artística, en ese mismo patio.
La misma fuente, el mismo naranjo, la misma persona.
El mapa de recuerdos sutilmente me acaricia la yema de los dedos y me guía al tacto de los pinceles, ahora con más edad.
Años después...Ahí, justo ahí, fue cuando conocí a Lola. Ella se llama Lola Arroyo Oteros, y la conocí mientras nos mirábamos en ese espejo que es el lienzo. Lola me cuenta las cosas con la paciencia innata y la adquirida a través de los años. Fue cuando mediante sus palabras pude ver, como en una película, un retrato breve y bello de su niñez.
Su abuelo fue Francisco Oteros Luque, papa Pío, hijo de José Pío. Persona noble que sirvió a la nobleza y al deber de ser. Acariciado por la amistad y el cariño, firme y flexible en el desempeño de su labor.
Francisco Oteros Luque, nació el día 27 de noviembre del año 1867. En el año 1893, a la edad de 26 años se incorporó al trabajo en el Colegio-Instituto. Llegando a conocer hasta ocho directores. Desempeñó varias tareas; desde portero a conserje, llegando a ser ayudante de mayordomo, así como desempeñando diversas tareas. Iba al mercado a comprar los alimentos para preparar la comida para los colegiales. Se hizo querer, tal y como se reflejó en el homenaje que se le ofreció, en el año 1932 , en honor a su persona y a servicio prestado, tal y como refleja la prensa del momento.
"Justo homenaje al honrado y fiel bedel 1898-1932 página viviente del Instituto Aguilar y Eslava y del Real Colegio de la Purísima Concepción", termina la crónica de La Opinión.
Lola; con voz calma , silencios llenos de armonía y sonrisa de arroyo, me narra al mostrarle unas fotos antiguas del Colegio-Instituto: "Todo eso lo he visto. Sobre todo cuando había vacaciones y mi primo Joselín, mi hermana Magdalena con los hijos de Antonio Amo, nos íbamos a jugar y correteábamos el colegio de arriba, abajo".
Nítidamente los veía al cerrar los ojos, sonreí. De nuevo, yo también recorría con la vista el patio, y asociaba ideas...el conserje, su abuelo era conserje. Mis ojos volaban alto, allí, al edificio del Museo Aguilar y Eslava que alberga el esqueleto de aquel conserje de 1870. ¿Quién sería?. Lola me comenta que no fue su abuelo. Por las fechas no pudo serlo.
[...Por su curiosidad destaca un esqueleto humano que pasó a formar parte desde 1870 de este museo como una de las piezas más valiosas y emblemáticas, servicial en vida como lo ha seguido siendo después, ya que se trata del esqueleto del conserje que ha servido para que generaciones hayan podido aprender con él detalles de la anatomía humana] como recoge el texto Ruta del Patrimonio Cultural Andaluz. Institutos con Historia: I.E.S. Aguilar y Eslava. Cabra, Córdoba. Junta de Andalucía.
De ahí, mi lógica pasó , con respeto, dichos datos y recuerdos como si fueran frágiles fotografías de otro siglo...de los huesos de un conserje generoso y entregado a su labor, a la genética viva de otro conserje entregado y leal que vive en la presente generación gracias a Lola y a sus ramas en forma de hijos y nietos. Dichosas las ramas que al tronco salen.
Sentada en el archivo histórico, leo palabras tales como "director", "catedrático", "colegial", etcétera.
En este momento, incorporo al cuadro de honor de la memoria el aire que se hace brisa y llega desde la Calle Santa Ana, saludando a la Calle la Cruz y llega al Colegio de las Escolapias...gira por la Villa...se esconde por el Cerro...sonríe y tranquilamente sube la Calle Álamos...acaricia las tejas de la Fundación Aguilar y Eslava ...suave, suave...reposa en las hojas de los árboles de la Plaza Aguilar y Eslava...y se hace eco de las gotas de agua de la fuente, del sol y la lluvia en el naranjo del patio...del pasar de hojas en los libros...de las palabras de los directores, uno tras otro...de catedráticos, profesores, alumnos...de silencios susurrados y sonrientes de alumnos que se sientan derechos en sus pupitres...de colegiales bien peinados...de las alumnas que se incorporaron un poco más adelante en el tiempo a su derecho a las aulas...de conserjes...conserjes, personas nobles, humanos tan necesarios a la enseñanza como la voz docente y los alumnos atentos o bien: despistados...humanos necesarios, como el abuelo de Lola...conserjes, personas humildes y nobles...como el suyo...como los míos, sin ser conserjes; siendo campesinos con raíces de vid, olivo y brisa de anea, trenzando anea ...humano, portera, como mi abuela lo era en aquel lugar donde meditan y rezan las monjas, cerca de donde brilla el sol al irse a dormir.
Humanos, mis padres...humanos, tú y yo.
Humanos necesarios todos. Parte silenciosa de la historia de cada colegio, e institución. Parte silenciosa de la historia heroica y única de cada hogar.
Todos necesarios, todos reconocidos, todos bellos y humanos.
Bajo la piel...iguales son los huesos del conserje que los del director, los del catedrático y el profesor, el maestro...los del alumno que los de la alumna. Igual, brilla el sol y llueve la nube para el naranjo del patio, que para las tejas de la Fundación. Sigue siendo el brillo de estrellas el mismo, desde entonces hasta ahora.
Igual son nuestros huesos, igual siguen siendo nuestros ojos tras los párpados al irnos a dormir y soñar con ilusión.
Cierro los ojos, y sonrío.
Tú, que lees estas palabras de hilos tenues de tinta hecha trazos, también eres parte silenciosa de la historia.
...Las hojas del naranjo me han susurrado que aún sigo teniendo trece años.
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