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DESDE EL TREN DEL ACEITE: UN VIAJE A LAS TRINCHERAS Y CUEVAS EGABRENSES.

02.09.19 - Escrito por: Pablo Luque Valle

Una de las estampas más curiosas que podía observar un pasajero del vetusto FC Puente Genil-Linares a su paso por Cabra, supongo que sería la de atravesar las trincheras excavadas en la roca madre, esculpidas por la mano del hombre durante la explanación del "camino de hierro" de la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces entre los años 1890-1893.

Hoy en día podemos discurrir a pie de esos pétreos tajos gracias a la transformación de la traza ferroviaria en la Vía Verde del Aceite. Estos artificiales cambios en la orografía, a poco que nos detengamos y curioseemos, nos desvelaran algunas oquedades que aparecen a ambas lindes de nuestro camino.

Algunas de esas cavidades debieron estar ocultas completamente en el subsuelo, otras en cambio, pudieron tener su boca original arriba en el monte; cualquiera que fuese su primitiva disposición, gracias a la construcción de esta vía de comunicación salieron a la luz. Y hoy pueden ser contempladas por los viaverdistas; e incluso, algunas de ellas exploradas por los atrevidos espeleólogos.

A través del siguiente diálogo, donde mezclamos ficción y realidad, desvelamos algunos de los valores geológicos que nos son desconocidos, a pesar de encontrarse en un entorno muy familiar para los vecinos de Cabra.

Dice así:

Eran las 17:42h de un 4 de septiembre cualquiera, cuando ellos, "quintos", finalizaban su permiso, despedían a sus familiares por su ventana del vagón de segunda clase. Partían de la Estación de Cabra de Córdoba en el tren ascendente Omnibus que circulaba de Puente Genil a Espeluy, para en esta última realizar transbordo a su destino final, el Campamento Militar Vadollano en Linares.

Uno de los jóvenes, Pepín, tenía su mirada nostálgica. Visualizaba su Virgen de la Sierra bajando por la Cuesta de las Promesas o, quizás por el paraje de Los Colchones, a hombros de sus paisanos; mientras imaginaba,...

Su compañero Manolillo fijaba su atención en el paisaje. En la Trinchera del Camino del Chorrón se dedicó a observar las limpias paredes de aquel parapeto, se distraía mirando algún que otro agujero de poca envergadura y restos de antiguas grietas que pudieron desembocar en alguna sala, que ya no existían.

En su distanciamiento de Cabra, el tren se adentró en la pequeña Trinchera de los Morillos con su puente superior por donde discurre el Camino de la Cobatilla, tampoco en este lugar encontró cavidades meritorias de su atención.

- Después de dicho puente, Manolillo dio un codazo a su compañero de viaje.
- Dime Manolillo.
- Manolillo, con lágrimas en los ojos, dijo-: allí al fondo están nuestras casas, -marcando el barrio ferroviario. -Ellos eran de familia ferroviaria.
- Al poco, Pepín señaló algo más cerca, un rebaño de ovejas pastando cerca de la viña de Piedra. -Mira, son las ovejas de Morillo. Ahí... en ese mismo lugar junto a mi padre y hermanos recogemos mantillo en la Cueva de Morillo.

- Mi abuelo Manuel, el que trabaja con los Pallarés, me contó en una ocasión que ese abrigo se originó por un desprendimiento de tierra provocado por el avance de las locomotoras de vapor. Y que fue el hogar en los años cincuenta de un mendigo conocido como el Pailla.
- Pues no tenía ni idea.
- Al agujero principal le salen otras pequeñitas salas con muchas madrigueras de conejos, y en total mide unos veintisiete pasos de ancho por veinte pasos de largo.

Entretanto, continuaba la marcha del correo. El tren se introdujo en una zanja de mayores dimensiones, conocida como la Trinchera de Cerro Gordo.

- Pepín, que estaba sentado junto a la ventana derecha del vagón llamó con ahínco la atención de su amigo. - Mira, mira, ese agujero de ahí arriba. ¿Sabes qué es?
- No lo sé.
- Manolillo, se trata de un pozo, hecho por el agua.
- ¿Tú cómo sabes eso?
- Me lo dijo mi padre, que como sabes es obrero de la Brigada de Obra y Servicios del ferrocarril - le apodan el Martillo, porque no hay roca, rail o traviesa que se les resista a sus golpes-. Fíjate en las formas que le chorrean de la pared, eso se llama colada, dice mi padre. También me dice que es la única cueva que permite su paso al interior, de las que hay en esta trinchera. Su boca está a unos tres metros y medio de altura, con una entrada de metro y medio por algo menos de un metro; y que presenta dos pozos separados por una estrechez en la roca, llegando hasta los veintitrés metros de profundidad; estar ahí abajo cuando las locomotoras la "Cochinita" o la "Sarita Montiel" circulaban, era de valientes ya que las paredes se movían -decía Pepín mientras la locomotora avanzaba a poca velocidad entre las altas paredes de la trinchera.

La curiosidad de ambos va en aumento, siguen entreteniéndose buscando cavidades. Sin moverse de sus asientos, tras unos segundos de traqueteo del tren, al unísono ambos señalaron otra estrecha grieta. En esta ocasión estaba junto al balasto de la vía.

- Mi padre dice que es una sima muy delgada, aunque su boca tampoco es ancha, quizás un metro -hablaba Pepín.
- Pero sí muy alta, llega por encima del vagón, unos seis metros calculo yo.
- En ocasiones dejan cosas ahí dentro a modo de almacén, fíjate en esa vieja traviesa que se ve dentro.

Continuaba la locomotora su vaivén y prácticamente al final del último tercio de la trinchera a nivel de la traza, de nuevo aparece una afilada grieta; su boca, calculan nuestros jóvenes, es de dos treinta por medio metro que continua en estrecho pozo, sin opciones de exploración.

- Pepín, ¿cuántas cuevas hemos visto en esta trinchera?
- En total han sido tres. Aunque agujeros y viejas grietas algunas más.

De pronto, los vagones se iluminaban a medida que la locomotora abandonaba la estrechez del roquedo y se abría paso por una hermosa vaguada.

En la pared existe un pequeño abrigo de aspecto circular que es observado por los viajeros, no le dan importancia; y a escasos metros, justo antes de llegar al Paso a Nivel de Las Perillas (en la antigua carretera a Baena), también en el lindero derecho, observan como un puñado de gallinas picotean las brevas caídas de una gran higuera. En ese momento, la locomotora aminora su marcha por aviso de Nani, la guardabarrera.

- Pepín advierte a su compañero de viaje, -al fondo de la higuera hay un gran pozo, tiene unos quince metros de profundidad. Mi abuelo Caracusa, que fue guardabarreras de esta casilla antes que la Nani, me comentó que bajó una vez al fondo a rescatar a su perrilla podenca malherida porque se le había metido hasta abajo destrepando por las raíces del árbol. Él usó una maroma de la que utilizaba para bajar y subir la barrera. La boca tiene forma de huevo, unos cuatro y medio por dos y medio y el suelo algo menos de cinco metros por casi dos. Los ferroviarios la llaman la Sima de la Higuera. -Manolillo escuchaba esa historia con cara de incredulidad.

Tras la oportuna autorización de Nani, el Omnibus siguió su marcha, su velocidad aún era muy reducida mientras circulaba entre las paredes de la Trinchera de Las Perillas, la incesante búsqueda en sus paredes no daba fruto. Aquí no hay nada, pensaba Manolillo.

- Quico, un viejo pasajero que les venía escuchando desde el asiento del lado izquierdo del pasillo, les interrumpió. -Perdonen ustedes, veo que les interesan las cuevas. Pues allí, junto a aquella encina y detrás del matojo de cornicabra, al lado de la vía y a los pies de aquel tajo, Peña López, como lo conocemos los hombres de campo de la zona, existe otra cuevecilla, que tendrá unos ocho o diez metros de largo y una media de un metro y medio de ancho, su boca es de uno treinta por casi un metro. Es muy bonita por los travertinos que tiene.
- Por los ¿qué? - preguntó Manolillo.
- Su nuevo amigo respondió, - se trata de la roca que surge de la mezcla de materiales vegetales o conchas con carbonato de calcio. A ese agujero veníamos a arrancar el travertino. Esa piedra y el mármol rojo de Cabra, las usábamos mucho para decorar los cortijos de los señoritos. En nuestras sierras apenas hay cuevas con travertino.

- Tras ello, Pepín les dice a sus vecinos de asiento. Ahora os voy a contar otra historia que mi abuelo Paulo le contó a mi padre-: En la primavera de 1907, por este lugar, un tren mixto chocó contra una vagoneta, supongo que sería una "zorrilla", que usaban los brigadistas de obra y servicios que en aquel momento estaban haciendo trabajos de reparación de la vía. No hubo desgracias personales, pero sí un gran susto. La Compañía de los Ferrocarriles Andaluces fue multada con doscientas cincuenta pesetas.
- «¡Qué susto debieron pasar!», pensaron Manolillo y Quico.

Según transcurría la interesante conversación entre Pepín, Manolillo y Quico el tren avanzaba por la Trinchera de los Dientes de la Vieja, después el Viaducto de los Dientes de la Vieja y luego la Trinchera de La Beleña. Sin dignas cavidades que llamarán su atención, más allá de algunos agujeros y restos de grietas que ahora hacían las funciones de escondites de animalillos y nidos o posaderos de aves.

Más adelante el Viaducto Contreras y un buen tramo de vía ferroviaria fue el momento para contarse algún que otro relato sobre las fiestas patronales, hasta que la locomotora se adentró en la Trinchera de la Sima, previa al Viaducto de la Sima. Inmediatamente dejaron de contarse anécdotas y los tres se pusieron a buscar alguna cueva. Miraban arriba y abajo, a izquierda y a derecha, pero lo más que veían eran algunos agujeros, que si acaso valdrían para cagadero de alguna que otra jineta, y algunas estrechas y poco profundas grietas.

- En la margen izquierda, casi al final de la trinchera, Quico recordaba dos cuevas. Al llegar a su altura, llamó a sus nuevos amigos. -Jovenzuelos, mirar por aquí, pronto veremos la boca de una cueva. Aquí me resguardaba de la lluvia, cuando las ovejas pastaban por estos lugares. Hay dos cavidades, separadas unos siete pasos.
- ¡Qué grande es esa! -decía Manolillo.
- Esta primera tiene cerca de ocho metros de profunda y su anchura es pa un cuerpo y medio. Su entrada es de cuatro y medio por casi un metro. Este refugio estaba muy bien porque el escaloncillo de medio metro que tiene para subir, hacía que el agua no entrara a la cueva...
- Eso era cuando llovía de verdad, no como ahora ?afirmaba Pepín. ?Asentían con la cabeza los demás.
- ¿Y la otra cueva? ?nuevamente preguntó Manolillo.
- Es muy estrecha, apenas se puede pasar. A poco de su entrada tiene un escalón pa bajo. Tendrá más de cinco metros de profundidad y su boca es de casi dos metros por uno - respondió el viejo pastor.

Conversación interrumpida por el grave sonido de la sirena de la locomotora. A su paso por el Viaducto de la Sima, el maquinista la solía hacer sonar para saludar a la familia de Vicente Páez Luque, oriundo de Zamoranos y compañero de Martillo, que vivían en la casilla ferroviaria a la salida del puente.

- Ufff -suspiró Quico- aquí en este puente, estando yo trabajando en la finca de Juan de Escama en enero del 36, el tren correo descendente descarriló antes de mediodía, cinco vagones quedaron destrozados en el centro del puente, producido por la rotura de una mangueta de un vagón. - Entretanto, se iban adentrando en la Trinchera de Juan de Escama, a la altura del pocillo que usaban los ferroviarios para refrescarse, continúo diciendo Quico-: resultaron heridos un guardagujas, con lesiones leves, siendo hospitalizado en Doña Mencía, y el Jefe de Tren, con magulladuras pasó a la Casa Socorro de Cabra. A mí me pilló de jovenzuelo llevando el ganao por la cercana Verea del Duque camino al abrevaero-descansaero público Fuente del Lobo...

De todas las cuevas descritas en este relato, solo cuatro de ellas han sido registradas en el Catálogo de Cavidades del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, realizado por el Grupo de Espeleología G-40 de Priego de Córdoba. Se tratan de las tres existentes en la Trinchera de Cerro Gordo G-40-CA-11, G-40-CA-23 y G-40-CA-24 respectivamente; y la Sima de la Higuera con el número G-40-CA

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