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Un enigma barroco: ingenio y moral en un acertijo inédito

24.04.25 - Escrito por: Aioze Trujillo-Mederos | Director CEVYA

Más allá de las grandes obras literarias del Siglo de Oro, en España e Hispanoamérica floreció una rica tradición cultural, tanto popular como culta, manifestada en formas breves, agudas y enigmáticas: los acertijos.

Estas composiciones, presentes en los salones cortesanos y en las aulas académicas, no eran simples pasatiempos, sino auténticos ejercicios de ingenio. Valorados como pruebas del entendimiento, también servían como vías de reflexión sobre cuestiones morales, jurídicas y teológicas. El ingenio entretenía, educaba y estimulaba el pensamiento crítico frente a las normas sociales y divinas.

Un valioso ejemplo de esta tradición ha sido descubierto, manuscrito, en la guarda de uno de los libros utilizados por colegiales durante sus lecciones de teología en el Real Colegio de Cabra, actualmente Fundación e Instituto Aguilar y Eslava. El texto transcrito propone este singular enigma:

«El padre de mi mujer fue marido de mi madre, y el de la mía, mi padre. Mirad cómo puede ser. Todos cuatro estaban vivos cuando fuimos engendrados, y todos cuatro casados. Declaradme estos motivos, nosotros también lo estamos; sin haber dispensación vivimos en santa unión, y sin pecar cohabitamos».

A primera vista, el enigma plantea un dilema moral y jurídico complejo. ¿Cómo es posible tal entramado familiar sin infringir la ley canónica o caer en pecado? La solución radica en una estructura familiar habitual en la Edad Moderna: el matrimonio entre hijastros. El padre del esposo, tras enviudar, contrajo segundas nupcias con la madre de la esposa. No existiendo vínculo consanguíneo entre los jóvenes, tampoco había impedimento de afinidad directa prohibido por el derecho canónico vigente, y por ello no era necesaria dispensa eclesiástica.

Este tipo de enigmas cargados de paradojas eran frecuentes en certámenes literarios y manuales sobre agudeza durante el Barroco. Baltasar Gracián, en su obra "Agudeza y arte de ingenio" (1648), definía la agudeza como «un acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos». En este acertijo, la correspondencia se manifiesta en la aparente contradicción entre moralidad y legalidad, resuelta de manera inteligente y elegante mediante una paradoja retórica.

Los acertijos formaban parte de una cultura más amplia del símbolo y la agudeza, en la que lo enigmático era una vía hacia el conocimiento. Así como los jeroglíficos visuales adornaban ciudades durante festividades religiosas o políticas, los enigmas verbales circulaban en manuscritos, libros y certámenes literarios, apreciados socialmente como signos distintivos del «pensar con sutileza». Autores como Calderón de la Barca, con el célebre "Mene, Mene, Tekel, Upharsin" dramatizado en "La cena del rey Baltasar", o Sor Juana Inés de la Cruz, en sus "Enigmas ofrecidos a la Casa del Placer", reflejan también este gusto por lo oculto, integrándolo magistralmente en sus obras.

Sin embargo, muchos acertijos iban más allá del mero divertimento y del juego superficial. Planteaban problemas morales, dilemas jurídicos o paradojas religiosas, como sucede con este manuscrito. El objetivo era reflexionar sobre las normas sociales y divinas desde la perspectiva barroca, marcada por la ambigüedad y la apariencia engañosa.

El Concilio de Trento (1545-1563) y el clima contrarreformista aportaron rigor a las cuestiones éticas. Los enigmas permitían debatir, desde el ingenio, asuntos profundos. El matrimonio en la Edad Moderna, especialmente tras Trento, constituía un sacramento indisoluble y un contrato social regulado por estrictas normas eclesiásticas. La Iglesia católica imponía formalidades rigurosas: consentimiento público, presencia del párroco y testigos, e impedimentos precisos de consanguinidad y afinidad.

La complejidad de las familias barrocas, caracterizadas por segundos matrimonios y estructuras familiares mixtas, propiciaba situaciones como la del acertijo. Según el influyente teólogo jesuita Tomás Sánchez, en su influyente obra "Disputationes de sancto matrimonii sacramento" (1603-1605), los matrimonios entre hijastros eran legítimos si no mediaba consanguinidad. La afinidad derivada de los padres solo constituía impedimento si se daba en línea recta directa, cuestión que exigía interpretación canónica. En casos como el del acertijo, la unión podía considerarse jurídicamente válida conforme a la doctrina vigente.

El hallazgo de este acertijo no es solo una curiosidad histórica. En las aulas del siglo XVII, junto al estudio de gramática, retórica y moral, se fomentaba el ingenio como parte esencial de la educación humanística. Como señala Pedro M. Cátedra, la enseñanza en la Edad Moderna no se limitaba a la transmisión de saberes, sino que buscaba formar individuos capaces de pensar con agudeza, integrando tradición clásica y capacidad crítica.

Podemos imaginar a un colegial, impulsado por la curiosidad y el deseo de destacar, anotando este acertijo como prueba de su destreza intelectual. Más allá de su valor lúdico, revela al Barroco como una cultura donde la inteligencia se ejercitaba públicamente, y donde la tensión entre apariencia y verdad constituía una constante exploración intelectual.

Hoy, siglos después, este enigma barroco recuperado en un libro olvidado nos recuerda que las preguntas más sencillas, planteadas con agudeza, pueden encerrar profundas verdades. En una época dominada por la inmediatez, rescatar estos juegos del entendimiento nos invita a valorar la complejidad, la belleza de lo oculto, y a descubrir cómo el ingenio barroco sigue interpelándonos, recordándonos que detrás de cada juego lingüístico subyace una invitación a profundizar en nuestro presente.

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